No es muy común que haya museos dedicados a un solo autor.
Estos suelen ser fundaciones creadas por ellos mismos o sus descendientes en
sus residencias particulares. Es el caso del Museo de Sorolla de Madrid, creado
por Clotilde García del Castillo, viuda del pintor, que en su testamento de
1925 legó al Estado la obra de su marido y la casa familiar, construida en la calle General Martínez Campos
en 1909 a raíz del éxito internacional de las obras de Sorolla. La vivienda fue proyectada
por el arquitecto Enrique María de Repullés y Vargas (1845-1922) siguiendo las
indicaciones del pintor para situar en la planta noble, con abundante luz, su
estudio, parte pública donde los clientes le visitaban para admirar sus
creaciones, y una parte privada con el salón y el comedor. En el piso superior
se ubicaban las habitaciones privadas de la familia. Hay que resaltar el
jardín, creación del propio Sorolla, no solo en su disposición sino en la selección
de plantas que lo componen, ya que se conserva tal como lo diseñó.
Sorolla prestó atención a los rincones de su casa que fueron
representados en sus pinturas como temas autónomos. Era habitual para el autor utilizar
a su familia y el espacio donde realizaba sus actividades cotidianas como
modelos, tanta era la satisfacción en la que transcurría su apacible
existencia.
Aunque su formación fue naturalista y su representaciones
iniciales se decantaban por los cuadros de Historia, a medida que fue
evolucionando su pintura fue acercándose al Impresionismo, ya algo superado en
el panorama del arte internacional en esa época. Así los temas de la vida diaria, captados
como instantánea, los costumbristas de
la vida y actividad de las clases populares, la copia del natural. También su técnica de pinceladas sueltas y alargadas
y sobre todo el estudio de la luz, el
luminismo que representa luces cegadoras y sombras muy contrastadas .
No obstante, su pintura también tiene influencias del
Modernismo, estilo contemporáneo a su obra y del regionalismo que se desarrolló
en España a partir del Romanticismo y que seguirá durante todo el siglo XIX y
primer tercio del siglo XX, paralelamente al desarrollo internacional de las
Vanguardias. Así sus retratos, paisajes y escenas costumbristas son sumamente
idealizadas, obviando la situación de desigualdad social que asolaba al país y
que se podría concretar en más de un 60% de analfabetismo y una esperanza de
vida de 39 años. Los niños, campesinos y pescadores son representados bien
alimentados, limpios, como si se trataran de burgueses rurales acomodados. Los
cuadros que realizó para la Sociedad
Hispánica, son un claro ejemplo de regionalismo de campesinos ricos vestidos
con sus mejores galas, cuyas representaciones ayudaron a configurar la imagen
de un país exótico y del patriotismo del pueblo que ha llegado hasta nuestros
días, en claro contraste con el internacionalismo de otros autores como Picasso
que en los mismos años estaba creando Las Señoritas de Aviñón y con ellas el
Cubismo.
Estos rasgos idealizantes son los que le proporcionaron el
gran éxito internacional en vida y los que le permitieron llevar una vida
apacible y burguesa, absolutamente opuesta a la bohemia vida de los pintores
vanguardistas que revolucionaban el arte en París.
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