lunes, 15 de abril de 2019

Adios a Notre Dame de París. El Confidencial

Notre-Dame, cómo para salvar la joya del gótico francés acabaron por precipitar su fin

Una catedral legendaria cuya primera piedra se erigió hace casi un millar de años ha acabado por arder debido a las obras iniciadas para salvarla paradójicamente de su derrumbe

Foto: Incendio en la catedral de Notre-Dame de París. (Reuters)
Incendio en la catedral de Notre-Dame de París. (Reuters)

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Notre-Dame, la joya del gótico francés cuya primera piedra se puso hace casi un millar de años sobre un legendario santuario celta donde a su vez los romanos erigieron un templo a Júpiter y se alzó la primera iglesia cristiana de París; Notre-Dame, donde Napoleón arrebató la corona al mismísimo Papa para entronizarse emperador, a la que Victor Hugo rindió homenaje en sus novelas; Notre-Dame, la de la Galería de los Reyes, la aguja infinita, las gárgolas sempiternas y vigilantes durante siglos, ha ardido. Ya los comuneros intentaron incendiarla sin éxito en 1871. Pero lo que no pudieron revoluciones, guerras y otros desastres que han acechado a la capital francesa, lo ha logrado, a la espera de ulteriores informaciones, un accidente en las obras que, paradójicamente, buscaban salvar la catedral del derrumbamiento que la amenazaba.
En 2017, el arzobispado parisino lanzaba el grito de alarma: había que acometer obras ciclópeas en la catedral de Nuestra Señora de París valoradas en unos 100 millones de euros para salvarla de la ruina. La catedral se caía a pedazos. Profundas grietas resquebrajaban su célebre aguja, sus dos torres —visitadas diariamente por cientos de turistas—, sus arbotantes y sus icónicas gárgolas. Varias de ellas habían sido ya degolladas por los elementos y una llegó incluso a desprenderse de su fachada y caer sobre el asfalto de París. Para sustituirla, hubo que utilizar un tubo de PVC, pues una de sus funciones principales consistía en canalizar el agua de lluvia.



Notre-Dame fue un emblema de la cristiandad y aún hoy es un emblema de Francia, una de las catedrales góticas más antiguas del mundo, reformada en multitud de ocasiones. Pero el paso de los siglos, el intempestivo clima de París y la contaminación minaron su maltrecha arquitectura. A Francia, su mantenimiento le costaba dos millones de euros anuales, pero sus necesidades reales eran 50 veces mayores. Solo 100 millones de euros a gastar en al menos 20 años la mantendrían en pie. Solo las dos preocupantes grietas de su emblemática aguja acapararían 10 millones del presupuesto. Reparar y consolidar los arbotantes costaría unos 30 millones de euros. "Si no hacemos nada, corremos el riesgo de que se hunda", advirtió André Finot, jefe de comunicación de Notre-Dame.
Y así, las obras que debían salvar Notre-Dame acaban de precipitar su fin.
Notre-Dame, cómo para salvar la joya del gótico francés acabaron por precipitar su fin

Mil años de historia

Notre-Dame atesora demasiada historia, demasiadas vueltas arquitectónicas que, al modo de capas geológicas, han ido transformando radicalmente su imagen a lo largo de los siglos. Iniciada en el año 1163 y concluida casi dos siglos después —en 1345—, se alzó sobre la isla de la Cité que lamen las aguas del Sena dedicada a María, madre de Jesucristo. Pero la catedral gótica que admiraban hasta hoy los turistas no era exactamente la construcción original. Porque Notre-Dame había sufrido la alteración radical de uno de los más célebres y virulentos restauradores que ha conocido la historia, alteración que corresponde precisamente al foco del incendio de este lunes: las cubiertas y el vertiginoso pináculo. Se llamaba Eugène-Emmanuel Viollet-le-Duc.
Eugène-Emmanuel Viollet-le-Duc.
Eugène-Emmanuel Viollet-le-Duc.



Arquitecto, arqueólogo y escritor, representante tremendamente controvertido de la escuela de restauraciones 'interpretativas' de edificios medievales, Viollet-le-Duc 'limpió' y 'actualizó' Notre-Dame en 1845 añadiéndole la tercera torre que la caracteriza con su forma en espiral, además de otro tipo de modificaciones de menor importancia. Se da la circunstancia de que el escritor Victor Hugo publicó su célebre novela protagonizada por la gitana Esmeralda y el jorobado Quasimodo en 1830 y, así, Notre-Dame quedó inmortalizada en su libro en un estado previo a las radicales modificaciones con las que Viollet-le-Duc alteraría su imagen solo 15 años después.
El gran restaurador insertó gabletes en las ventanas, levantó un rosetón al sur completamente nuevo, cambió la piedra de los arbotantes, reconstruyó todos los altares y capillas interiores y situó nuevas estatuas en la Galería de los Reyes para sustituir las destruidas durante la Revolución Francesa. También añadió numerosas gárgolas —o, mejor dicho, 'quimeras'—, que ofrecieron una de sus imágenes más características. Pero eso no fue todo. De todas las estatuas que circundan la aguja de la catedral, solamente una se muestra de espaldas y mira hacia la propia aguja. Se trata de Viollet-le-Duc en el papel de Santo Tomás, admirando su propia obra y, por si hubiera alguna duda, en la mano derecha puede apreciarse una regla con su nombre.

sábado, 6 de abril de 2019

Rogelio López Cuenca en el Reina Sofía. El País

Lo que estoy diciendo no lo digo yo

Rogelio López Cuenca lleva al Museo Reina Sofía cuatro décadas de trabajo instalado en el cruce de la poesía con las artes visuales

'Bandera de Europa' (1992), de Rogelio López Cuenca, perteneciente a la colección La Caixa. Ampliar foto
'Bandera de Europa' (1992), de Rogelio López Cuenca, perteneciente a la colección La Caixa.
Explica Rogelio López Cuenca (Nerja, 1959) que en los primeros años setenta, cuando era un chaval pegado a los libros, algo cambió en su manera de leer el mundo. Tiene que ver con la primera vez que desmontó un soneto renacentista y entre los endecasílabos encontró un reloj. También otras figuras como la antítesis, las paradojas o las metáforas, de las que ya nunca consiguió despegarse. Con ellas empezó a defender la posibilidad del lenguaje de ir al grano, pero no necesariamente por el camino más corto. También a ver cómo lo más profundo muchas veces está en la superficie de las cosas.
Se licenció en Filosofía y Letras y se volcó en la escritura poética buscando ensanchar las lógicas externas al aparato mental que domina la percepción de los entornos. En el suyo inmediato, su Málaga natal, fundó junto a otros estudiantes ese experimento llamado Agustín Parejo School, un colectivo que enlazaba con las vanguardias históricas más radicales dejando claro que no existía un ámbito privilegiado para el arte y que la calle podía ser tan interesante como el museo. Por aquel entonces, López Cuenca tenía 23 años y la necesidad de pensar en la idea de contexto como un espacio de conflictos. A los 27 esta idea lo llevó al himno musical junto a su grupo Peña Wagneriana y su Hirnos de Andalucía. ¡Ojú qué calor! Un bochorno que se siente justo al entrar en su exposición en el Reina Sofía, dedicada a esos años ochenta y esos primeros ensayos estirando el espacio de la ciudad y el lenguaje popular.
'Traverser' (1989), de Rogelio Muñoz Rojas, perteneciente a la colección Yñiguez Aragón. ampliar foto
'Traverser' (1989), de Rogelio Muñoz Rojas, perteneciente a la colección Yñiguez Aragón.
Todo lo que vino después ha llevado a su trabajo a uno de los campos de pensamiento más críticos e incisivos con el sistema contemporáneo de la cultura, desde las políticas migratorias hasta la memoria histórica, pasando por las nuevas formas de especulación urbana. Uno de los más lúcidos también, desde que el artista dio el paso a las artes visuales buscando otra contaminación positiva más allá de la poesía escrita. Algo que atragantase el lenguaje cotidiano. Un dispositivo generador de contrahistorias. Un lugar propicio a los accidentes y las casualidades, desde el que dejar el yo como poeta para hablar desde otro lado, desviando el uso de la norma lingüística. “Un espacio donde hablar entre comillas”, añade él.
Recorremos juntos la tercera planta del Edificio Sabatini para visitar Yendo leyendo, dando lugar, título de su primera gran antológica. Caminamos como quien traza un mapa situacionista de calculados pasos casi a modo de sabotaje, como las señales de tráfico que dislocan el paseo por las salas. También las obras han sido minuciosamente elegidas por Manuel Borja-Villel, que actúa como comisario, buscando las tensiones intrínsecas generadas por el artista en estas cuatro décadas de trabajo. Este artista sabe que el intrusismo es una de las actividades más saludables en el arte y que el florecimiento de las rarezas en los márgenes es lo mejor que le puede pasar a cualquier género, también al formato de “exposición retrospectiva de artista español en el Reina Sofía”. A eso también le pone unas buenas comillas mientras pasamos por delante de su Bandera de Europa, cuyas estrellas remiten a otras muchas marcas.
Su trabajo es uno de los campos de pensamiento más lúcidos y críticos con el sistema contemporáneo de la cultura
Esa permanente revisión sobre los contenidos que filtran los medios de comunicación y la publicidad le sirve para confeccionar un extenso archivo donde visibiliza las estrategias de producción de sentido e ideología que se ocultan tras las cosas que vemos, incluso esta exposición en el museo. La capacidad que tiene su obra de inscribirse fuera del museo genera cortocircuitos en diferentes sistemas de circulación social de imágenes, con lo que el artista pone en cuestión tanto la idea de obra de arte única como su espacio de contemplación convencional. Su intención no es más que “entorpecer” cualquier lectura fácil al respecto. Intentar saltar, evitar o sortear todas esas barreras que hacen que un objeto sea percibido como una obra de arte y plantearlo como otra cosa, como algo con lo que tienes que dialogar. Una de las cosas que más le importan para huir de los peligros de lo evanescentes que pueden ser las elucubraciones abstractas es siempre recurrir a ejemplos prácticos y experiencias reales. Y eso hace en sus obras: establecer esa economía política de la poesía en un fino juego de lenguaje donde nada es neutral. Cualquier cosa menos inocente.
Partiendo de una idea expandida de la práctica estética, el artista incorpora los afectos como eje fundamental en su trabajo, donde lo paródico y lo popular ocupan un lugar central, y utiliza de forma crítica el lenguaje mediático y otros relatos hegemónicos, tanto en el ámbito político-económico como en el sociocultural, para explorar las fisuras que se pueden abrir en ellos. En esos huecos habitan palabras como desmontar, desvelar, deshacer, desbordar, descomponer… También muchos de sus mejores trabajos reunidos aquí, desde su conocida Casi de todo Picasso, recreando la instalación de una tienda llena de souvenirs al modo en que en 2010 estuvo expuesta en la galería Juana de Aizpuru y que hoy forma parte de la colección de Helga de Alvear, hasta Málaga 1937 / Nunca más, un proyecto realizado junto al también artista Santiago Cirugeda en homenaje a las víctimas de la caravana de la muerte provocada por la caída de Málaga en la Guerra Civil, o Islas, una instalación producida especialmente para la exposición en la que el artista hace una relectura crítica de textos y grabados históricos relacionados con el “descubrimiento” de América.
'Ma-chine' (1989), de Rogelio López Cuenca, perteneciente a las colecciones ICO.
'Ma-chine' (1989), de Rogelio López Cuenca, perteneciente a las colecciones ICO.
Aunque más allá de los hechos concretos, su obra invoca el sentido común de la gente, subrayando la mentira de la publicidad, de la que todo el mundo es consciente, pero ante la que no hay reacción. Además, desborda y cuestiona lo historiográfico, desvela genealogías ocultas y señala los efectos históricos del colonialismo y el franquismo. Habla de las nuevas formas de desposesión material y simbólica que promueve el capitalismo y nos empuja a pensar en la credulidad de las cosas. Rogelio López Cuenca lo hace señalando las semejanzas y las diferencias, como funciona en la poesía, que él lleva a su lado más subversivo dando lugar a un espacio algo incómodo pero libre, el de la conciencia. El único capaz de romper la ortodoxia de las palabras y ensanchar la idea de lenguaje.
Yendo leyendo, dando lugar. Rogelio López Cuenca. Museo Reina Sofía. Madrid. Del 2 de abril al 26 de agosto.