domingo, 22 de abril de 2018

Exposición en la Fundación Juan March Madrid.China, Japón e India y el arte contemporáneo en España (1957-2017)

El principio Asia.
China, Japón e India y el arte contemporáneo en España (1957-2017)

8 marzo 24 junio 2018
La exposición El principio Asia. China, Japón e India y el arte contemporáneo en España (1957-2017) quiere hacer visible la influencia de estas tres culturas en el arte de la segunda mitad del siglo XX en nuestro país, un aspecto tan presente en la obra de tantos artistas de ese momento como aún poco explorado. Su título toma prestada la acepción que en química se emplea del término "principio", según la cual un elemento activo, en solitario o junto con otros, "reacciona" al mezclarse o hacerse soluble y produce formas, colores y estructuras nuevas y muy diferentes entre sí.
La muestra se centra en el marco cronológico existente entre la generación abstracta española de los cincuenta y la de los artistas nacidos en torno a mediados de los años sesenta, momento de la creación del Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca (1966) por Fernando Zóbel, una figura esencial para entender el relato de esta exposición. Hay, no obstante, ejemplos de influencia anteriores, como el del ceramista Josep Llorens Artigas, que ya en los años veinte comenzó a trabajar en obras de enorme sencillez, o el de Joan Miró, que a partir de mediados de los años cuarenta trabajó, precisamente con Llorens Artigas, en piezas que aunaban cerámica y pintura.
Juan Navarro Baldeweg. "Habitación roja con figura", 2005. Colección Fundación Botín, Santander Juan Navarro Baldeweg. Habitación roja con figura, 2005. Colección Fundación Botín, Santander
 
El proyecto incluye a más de sesenta artistas que han trabajado en España y cuya obra está vinculada, en mayor o menor medida, con el arte de Asia oriental e India. Junto a la pintura, la escultura, la obra gráfica y el dibujo, se incluyen otras manifestaciones como la instalación, la fotografía, los nuevos comportamientos artísticos y el arte conceptual. Las más de trescientas piezas asiáticas y occidentales se presentan de manera conjunta, como dos mundos que comparten tiempo y espacio expositivo. La muestra cuenta con relevantes obras procedentes de museos y colecciones internacionales, pero se ha querido primar la presentación de los fondos orientales de colecciones e instituciones públicas y privadas españolas, algunos de ellos tan valiosos como poco conocidos todavía.
El proyecto incluye a más de sesenta artistas que han trabajado en España y cuya obra está vinculada, en mayor o menor medida, con el arte de Asia oriental e India
Esta exposición es el resultado de un proyecto de investigación curatorial llevado a cabo por la Fundación Juan March en el que se ha contado con la participación de académicos y expertos en las áreas estudiadas y que ha incluido, entre otras iniciativas, un Proyecto de Historia Oral, titulado "Asia y el arte contemporáneo en España", que ha dado lugar a una serie documental compuesta por trece vídeos basados en entrevistas personales a otros tantos artistas realizadas a lo largo de 2017. El resultado de ese trabajo se presenta en un ciclo programado en paralelo a la exposición en el que se puede ver un documental que reúne los vídeos dedicados a Alfonso Albacete, Frederic Amat, José Manuel Ballester, Miquel Barceló, José Manuel Broto, Marta Cárdenas, Francisco Farreras, Luis Feito, Joan Gardy Artigas, Juan Navarro Baldeweg, José María Sicilia, Juan Uslé y José María Yturralde. A ello se suma un portal de contenidos creado al efecto en www.march.es que recoge, junto a otros materiales, una serie de cuestionarios realizados a numerosos artistas además de textos y documentos relacionados con el encuentro de mundos tan diferentes como inspiradores.
El inicio de este proyecto se produjo en 2013, cuando la Fundación comenzó con las indagaciones previas para concebir y producir una muestra sobre el japonismo internacional, una idea que decidimos abandonar a la vista, sobre todo, de que era prácticamente imposible reunir los préstamos internacionales necesarios para llevar a cabo una exposición de esas características. Sin embargo, en el ambiente de esas primeras pesquisas surgió una pregunta: ¿se ha dedicado algún proyecto general a rastrear la influencia de Japón –pronto se le unirían China e India– en el arte contemporáneo hecho en nuestro país? La respuesta a esa pregunta era –hasta ahora– un sorprendente no: sorprendente a la vista de la obvia presencia de esas culturas en la obra de buena parte de los integrantes de las últimas generaciones de artistas. Así que la idea de poner en marcha un proyecto expositivo y de investigación en torno a la influencia de Asia en el arte contemporáneo español se convirtió primero en la posibilidad real de dar a conocer algo evidente –pero no expuesto¬– y años después en una realidad.
Utagawa Kunisada  (Toyokuni III). Tríptico inspirado en la novela  Genji Monogatari  [La historia de Genji] de Murasaki Shikibu, 1830. Colección Bujalance Utagawa Kunisada (Toyokuni III). Tríptico inspirado en la novela Genji Monogatari [La historia de Genji] de Murasaki Shikibu, 1830. Colección Bujalance
 
Influía, además, un factor básico: la Fundación es desde 1980 titular del Museo de Arte Abstracto Español en Cuenca, de modo que por su estrecha relación con Zóbel y por la significativa colección de abstracción e informalismo expuesta en su Museo es especialmente sensible a la cuestión de la influencia oriental en el arte contemporáneo español, pues una de las figuras clave de esta interrelación es, sin duda alguna, Fernando Zóbel.
Entre 1956 y 1961, este artista impartió clases de arte chino y japonés en la Universidad Ateneo de Manila. Los apuntes que preparó, a modo de índice para estructurar sus clases, reflejan el enorme interés que el pintor español de origen filipino sintió por el arte de Asia oriental. El inicio de esa actividad docente en Manila es nada más que un año posterior a un hecho fundamental en su vida: el descubrimiento en 1955 en Madrid, a través de la librería Fernando Fe, de la pintura española del momento y la relación de amistad que entabló con Gerardo Rueda y Luis Feito, entre otros pintores. Dicha relación y la activación, aunque todavía muy incipiente, del panorama artístico llevaron a Zóbel a tomar la decisión de asentarse en España en 1960. Para entonces, el artista contaba ya con un notable conocimiento de las diferentes culturas orientales: no solo había impartido clases en Manila, sino que se había implicado en excavaciones arqueológicas en Calatagán, se había interesado por la caligrafía japonesa y, después de un viaje a Japón en 1956, había reformado su residencia en Manila convirtiéndola en una casa de estilo japonés.
José María Yturralde. "Vesper". Serie "Enso", 2016. Cortesía galería Javier López & Fer Francés, Madrid José María Yturralde. Vesper. Serie Enso, 2016. Cortesía galería Javier López & Fer Francés, Madrid
 
La presencia de Zóbel en nuestro país, su relación con los artistas españoles y su biblioteca, que contaba con una extensa sección de libros chinos y japoneses, convirtieron al pintor en un puente entre el arte asiático y la abstracción española de los años cincuenta
La presencia de Zóbel en nuestro país, su relación con los artistas españoles y su biblioteca, que contaba con una extensa sección de libros chinos y japoneses, convirtieron al pintor en un puente entre el arte asiático y la abstracción española de los años cincuenta. Ese es, precisamente, el otro punto de arranque de esta exposición, cuya finalidad, como ya se ha señalado, es ofrecer los resultados de un primer rastreo de la influencia de las culturas de China, Japón e India en el arte de la segunda mitad del siglo XX en España.

miércoles, 11 de abril de 2018

Damien Hirst. Diario El Mundo

Damien Hirst: "No importa quién pinte mis cuadros; yo decido si están bien hechos o no"




El artista británico Damien Hirst. KERIM OKTEN / EF

El genio que metió un tiburón en formol y recubrió una calavera con diamantes vuelve a los cuadros de lunares que le hicieron famoso hace 30 años
"Quiero que se note que están hechos por humanos desorientados", afirma el creador
Damien Hirst (Bristol, 1965) cumplirá 53 años en junio y no deja de repetir que está haciéndose mayor. El artista más rico del mundo se siente envejecer, aunque a su edad ni mucho menos se le pueda tildar de abuelo. Esta obsesión por la edad aparece en sus últimas entrevistas, en el folleto de su última exposición y en la conversación que mantiene con Papel después de aterrizar en helicóptero sobre el inmaculado prado de Houghton Hall, una aristocrática mansión en la campiña inglesa. Su llegada desde el aire causa sorpresa: el niño malo del arte contemporáneo no se prodiga en apariciones y, menos aún, en descensos del cielo a la tierra.
Hirst llega a Houghton Hall para presentar su exposición Colour Space (Espacio de color), un conjunto de 46 nuevas pinturas con las que regresa a los lunares de colorines de sus inicios. «Haciendo el catálogo razonado de mi obra caí en la cuenta de que mis pinturas de círculos de colores -la primera la hice en 1986- eran demasiado rígidas. Los puntos son demasiado perfectos, son obras hechas por humanos que aparentan estar hechas por máquinas porque la distancia entre los círculos es la misma y los puntos cierran a la perfección. Quizás porque me estoy haciendo mayor he revisado estas obras. Quiero hacer un revoltijo con ellas y enredarlas, que se note que están hechas por humanos farragosos que hacen amasijos», explica Hirst insistiendo otra vez en el paso del tiempo y explicando que cada punto de cada lienzo es de un color distinto.
En las tres décadas que separan las primeras spot paintings de éstas, las obras no sólo han perdido geometría, sino también cierta pretenciosidad. «El primer cuadro que pinté contenía círculos revueltos, pero lo abandoné en favor de la rigidez del punto, que consideré, equivocadamente, minimalista», reconoce hoy el creador. Uno de los motivos que le han llevado a mirarse a sí mismo fue una visita a su colega Louise Bourgeois cuando ella sí era una anciana. «Fui a su casa en Nueva York y era un lugar decrépito. En las paredes había desconchones de pintura y los enchufes estaban desencajados. Me pregunté por qué vivía así hasta que pensé que era una mujer vieja y que su casa debía estar acorde con ella. Como me ocurre ahora a mí, estas pinturas un poco revueltas y caóticas están en sintonía conmigo. Ahora que ya soy cincuentón me identifico más con el embrollo de redondeles que con la rigidez».



Las piezas de Hirst a menudo tratan sobre la vida y la muerte. La gran campanada la dio a principios de los 90 con su serie de animales sumergidos en tanques de formol, como el tiburón de cuatro metros que flotaba con la boca abierta en La imposibilidad física de la muerte en la mente de un vivo. Quizá porque ya se siente ajeno al grupo Young British Artists (YBA), que lo catapultó a la fama como artista prometedor, o quizá porque realmente empieza a sentir el deterioro físico, como su propio tiburón, Hirst rechaza el epíteto joven. Hace ya 30 años de la irrupción del YBA. Desde entonces, tanto él como los otros miembros del clan reunido por el marchante Charles Saatchi han cambiado en varias ocasiones de casa y de galería, por otras cada vez más grandes (las casas y las galerías).
Los escualos en formol, por los que algunos museos y coleccionistas han llegado a pagar hasta 15 millones de euros, no han sido las únicas piezas con las que Hirst ha engordado la cuenta corriente. Su serie de botiquines disparató -aún más- los precios en el mercado del arte. El botiquín Lullaby Spring, vendido en 2007 por 14,3 millones de euros, se sigue considerando un récord. Y qué decir de la operación comercial que cerró, también en 2007, al vender por 60 millones de euros una calavera humana incrustada de diamantes.
No extraña entonces que Hirst se mueva en helicóptero entre sus residencias en el céntrico Regent's Park de Londres y dos estudios situados en los condados de Devon y Gloucestershire. Ni que también se desplace por encima de los mortales para llegar al museo que ha abierto en Newport Street Gallery, donde expone su colección de 2.000 obras de otros artistas y promociona a otros creadores.



Pero volvamos al césped de Houghton Hall y a esos puntos de colores que recuerdan al tapete del Twister. Cuando todavía no nos hemos olvidado de su última locura, la fastuosa exhibición del tesoro de Cif Amotan II en Venecia, Hirst reaparece en un entorno genuinamente british. El contraste de sus cuadros sobre paredes tapizadas de cenefas de terciopelo rojo o junto a columnas de piedra no puede ser más llamativo.
«Cuando vi este lugar pensé que estaría bien, que se generaría armonía. Aunque al principio me pareció que las pinturas eran demasiado contemporáneas, una vez se instalaron me gustó», explica el genio tantas veces tachado de farsante, a quien se le nota orgulloso. «Con el comisario Mario Codognato hemos hecho historia de presentar mi obra en lugares distintos. Hicimos una exposición en el Museo Arqueológico de Nápoles y allí mis piezas se mostraban con antigüedades y objetos arqueológicos».
La controversia ha acompañado siempre a Hirst. Desde que abandonó el Goldsmith College e, incluso, desde los tiempos en los que se crió en Leeds, norte de Inglaterra, con su padrastro, mecánico, y su madre. Cuando llegó a Londres para estudiar Arte tenía ficha policial abierta por hurto y altercados. Ahora se le imputan otro tipo de delitos, como el de plagio, pero el tipo sigue a lo suyo: a producir piezas tan brillantes como polémicas, tan desconcertantes como exclusivas. La lista de los más ricos de Reino Unido publicada por The Sunday Times tasó el año pasado en 325 millones de euros su fortuna personal.
A Hirst se le critica tanto por su avidez daliniana para hacer dinero como por el hecho de que delega la elaboración de sus obras en el centenar de empleados de la compañía Damien Hirst and Science Ltd. El grado de implicación de un creador en la producción de sus obras se ha convertido en un juicio difuso en el mundo del arte. Hirst no se abochorna cuando se le pregunta al respecto: «Uno vive en una casa hecha por un arquitecto que no necesariamente ha colocado los ladrillos de las paredes, pero nadie tiene dudas sobre su autoría intelectual. En mis obras no importa quién haga los puntos coloreados: yo soy quien decide si están bien hechos o no».



Sobre sus nuevas obras no hay dudas: el artista ha reconocido a la BBC que él no ha pintado los puntos aunque firme los lienzos. Los lienzos salpicados de lunares llevan nombres como Cocaína o Sangre Azul, que dice haber tomado de los muestrarios de marcas comerciales como Titanlux. «Llevo muchos años comprando pinturas y me gustan los nombres que los fabricantes ponen a sus productos. Todos tienen un amarillo indio y, sin embargo, cada uno es distinto», matiza.
El artista ha facturado -o ha dado su aprobación- 270 piezas de la última serie de puntos coloreados no geométricos. Las obras se exponen junto a esculturas distribuidas por los jardines y el interior Houghton Hall. Fabricadas en bronce, representan el interior de una mujer embarazada o a una niña con una pierna ortopédica que sostiene un osito y una hucha benéfica.
Finalizada la presentación de la muestra, Hirst, deus ex machina de sí mismo, sube al helicóptero y se eleva sobre la mansión hasta que se vuelve pequeñita. Como uno de sus spots.