jueves, 12 de septiembre de 2019

Arquitectura contemporánea española desaparecida. El País

Nueve joyas de la arquitectura en España que destruimos por especulación o desconocimiento

El mercado de Olavide, la fábrica de lápices Hispania de Ferrol o el cine Trianón de Valencia son solo algunos de los grandes hitos arquitectónicos que no consiguieron escapar de su demolición

arquitectura y diseño
A la izquierda, La torre de los laboratorios JORBA, conocida popularmente como 'La Pagoda'. A la derecha, el kiosco Canaletas demolido en 1951.
El célebre –y polémico– caso de La Pagoda proyectada por el arquitecto Miguel Fisac no es una anécdota en el paisaje urbano de nuestro país. Multitud de edificios singulares, con gran valor arquitectónico, sufrieron el mismo trágico final: el derribo. Unas veces debido a la especulación del suelo, otras por razones políticas o por el carácter temporal de su concepción, estos hitos arquitectónicos quedan solo como recuerdo del imaginario popular y académico. Es el momento de contar su historia y transmitir el valor de su legado.

1. Kiosco Canaletas (Barcelona). La joya modernista que resultó ser demasiado blaugrana

edificios españoles demolidos
El proyecto original de Antoni Rovira i Trias consistía en un pequeño establecimiento de madera que vendía refrescos, café y agua. Construido en 1877, se situó en la zona alta de las Ramblas, en el tramo de Canaletas. Formó parte de una serie de intervenciones que el Ayuntamiento de Barcelona había encargado a este arquitecto, director de Edificaciones y Ornamentación del Ayuntamiento de Barcelona, para el desarrollo y la mejora del mobiliario urbano de la ciudad a semejanza de otras ciudades europeas.
Del primer propietario Feliz Pons, regente de una barraca de refrescos en la Plaza de la Boquería, pasó en 1901 a manos de Esteve Sala i Canyadell, que tenía un bar en las proximidades del campo del Fútbol Club Barcelona. De 1901 a 1916 el kiosco vivió su etapa de máximo esplendor. Esteve había observado que los aficionados al fútbol se reunían en la parte baja de las Ramblas para comentar los resultados de los partidos y estableció un sistema de comunicación con el puesto de prensa situado allí abajo para preparar más intendencias en función de los resultados.
Debido al incremento de la clientela, Esteve encargó sucesivas ampliaciones y remodelaciones para mejorar los servicios del kiosco; entre ellas, la de Antonio Utrillo, que llevó a cabo un proyecto de estilo modernista que convirtió el kiosco en un icono. La afluencia de público continuaba creciendo, fueron incorporadas pizarras y paneles para anuncios; Esteve incluso llegó a organizar peñas de tertulianos. Su vínculo con el FCB fue tal que llegó a ser presidente del club entre los años 1931 y 1936.
Finalmente el kiosco fue demolido en 1951 por orden del alcalde Antonio María Serrano. Algunas razones apuntan al fuerte vínculo con la afición blaugrana y por tanto con el catalanismo, aunque el argumento oficial fue la intención de convertir las Ramblas en una vía más atractiva para los peatones.

2. Altar Congreso Eucarístico (Barcelona). Un hito espiritual con fecha de caducidad

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Aquel 35º congreso eucarístico que tuvo lugar en Barcelona en la primavera de 1952 fue el primero después de la Segunda Guerra Mundial (el anterior se celebró en 1938 en Budapest en un ambiente ya crispado por la tensión entre ambos bloques). Este acontecimiento suponía el primer acto internacional del régimen franquista, bajo el lema "La eucaristía y la paz", lo que supuso una importante agitación urbanística para la ciudad de Barcelona.
El altar, situado en la avenida Diagonal —en aquellas fechas avenida del Generalísimo— y diseñado por el arquitecto Josep Maria Soteras en colaboración con los arquitectos Vilaseca y Riudor, fue una de las imágenes icónicas de aquel momento. Era una construcción planteada como temporal desde su inicio, pero su particular arquitectura bien habría merecido su conservación.
La construcción debía responder a dos objetivos: el culto espiritual y la funcionalidad, con una correcta distribución de superficies y servicios. De aquí la solución conformada por un gran círculo, emblema eucarístico, a modo de baldaquín de 25 metros de diámetro sostenido por tres apoyos: fe, esperanza y caridad, traducidos en una cruz de 35 metros de alto y dos tornapuntas, con la que se buscaba acentuar la espiritualidad.
Todo situado sobre una peana pentagonal de cinco metros de altura sobre el nivel de la calle, a la que se accedía por la parte posterior, bajo la cruz situada en el vértice último del pentágono. En ella se alojaban desde una sacristía hasta un espacio para emisión radiofónica, servicios, cabinas telefónicas, almacén o espacios para cuerpos de seguridad y bomberos, todo ello oculto bajo la sombra del baldaquín. El baldaquín, que recordaba a los panteones, tenía perforado un óculo circular por el que pasaba la luz solar de día, y que por la noche era artificialmente iluminado.

3. Trianón Palace (Valencia). Un teatro estilo Luis XIV en un país 'sin ley'

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Promovido por el empresario Manuel Porres y encargado al joven arquitecto Francisco Javier Goerlich, de 28 años, ganó rápidamente la consideración de la prensa por su grandiosidad y ostentación. A pesar de sus vastas dimensiones con capacidad para 1.500 personas, fue construido en un tiempo récord de siete meses y se inauguró en diciembre de 1914 en la calle Pi y Margall, que hoy conocemos como Paseo de Ruzafa, en su confluencia con la calle de Convento de Santa Clara, cuyo solar ocupaba.
Goerlich concibió la construcción a partir de líneas modernistas. Decoró la fachada con distintos grupos de esculturas, mientras que el interior, obra de Luis Benlliure hijo, deslumbró por su vestíbulo estilo Luis XIV con una imponente escalinata central hacia el patio de butacas y dos escaleras laterales hacia el primer piso.
Había sido originalmente concebido como sala de variedades que ofrecía al público tanto teatro como conciertos, hasta que años después, debido a problemas financieros, fue rebautizado como Teatro Lírico y pasó a dedicarse exclusivamente al cine, lo que lo convirtió en la primera gran sala dedicada a esta actividad. Acabaría cerrando en 1948, cuando la falta de leyes de protección de la arquitectura permitió su derribo para la construcción de un nuevo inmueble.

4. La fábrica de lápices Hispania SL (Ferrol). Racionalismo 'art decó' y economía franquista

Nueve joyas de la arquitectura en España que destruimos por especulación o desconocimiento
Su construcción fue promovida por un representante de material de escritorio que había observado los beneficios que daba la venta de lápices y plumillas. Era el año 1934 y, con el apoyo de un grupo de socios, todos vecinos de Ferrol, constituyó la fábrica de lápices Hispania SL, que ocupó unas edificaciones existentes de la ciudad. Fue en 1938, debido al éxito de la empresa, cuando decidieron la construcción del nuevo edificio.
Nemesio López Rodríguez fue el arquitecto encargado del proyecto que planteó un edificio de líneas sencillas y geometrías rectas, acorde con las características del racionalismo industrial que imperaba en aquellos años. Incorporaba también algunos elementos que recordaban a las formas del art decó, estilo que poco antes había tenido su lugar también en el país.
La fábrica comenzó con lápices y plumillas de acero pero también produjo lápices de colores, de carpintero, rotuladores, ceras... Durante los años cincuenta, llegó a producir 50 millones de unidades al año con una plantilla de más de 400 empleados. Todo un éxito. Pero la crítica situación de la economía española tras la autarquía, a finales de los sesenta, llevó a la implementación de unas medidas liberadoras que, en combinación con las políticas de austeridad, causaron mucho daño a ciertas industrias que no pudieron competir en la internacionalización de los mercados. Fue el caso también de Darro, la firma española de mobiliario que conquistó Múnich.
Tras aceptar que era imposible recuperar el espacio del mercado perdido, ocupado por países como China, Taiwán o Checoslovaquia, la sociedad acordó disolverse cuando se jubilase su plantilla, y acordaron la fecha del 30 de octubre de 1986 para su liquidación. Se vendió la fábrica y las instalaciones quedaron abandonadas, pendientes de un plan de construcción de un grupo de viviendas a pesar de aquellos que solicitaban su conservación para nuevos usos públicos. Finalmente fue derruida en 2012.

5. Garaje s.e.i.d.a. (Madrid). Un 'spa para los coches' en Chamberí

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Sería un sueño que este edificio se hubiera conservado, no solo por su condición formal sino también por su particular programa de uso, que representa un tiempo en el que la urgencia no era como la de hoy. Proyectado por el arquitecto José de Azpiroz y Azpiroz en 1930, respondía con delicadeza a las líneas sobrias del racionalismo en sus formas más blandas, suavizadas por el redondeo de sus esquinas.
Sus cortas dos alturas, dotaban a las calles Espronceda y Fernández de la Hoz, a las que daba frente, de una armoniosa y agradable escala humana permitiendo un luminoso soleamiento de esta calzada. Esto contribuía a la condición de horizontalidad de este volumen que ocupaba una gran parte de la manzana, y que se veía reforzada por la delgada línea blanca de cornisa que remataba la cubierta.
Lo que más nostalgia produce de esta obra es, en cambio, su uso: un completo programa para atender al vehículo con un estándar de calidad de espacios y programas que lejos quedan de los lugares de paso que son los talleres de ahora. Se podía encontrar así una zona de taller, administración, servicios, área de venta de coches —tanto nuevos como usados—, gasolinera o amplias salas de espera e incluso un bar para hacer más amena la espera.
La gasolinera se situaba en el chaflán que culminaba en lo alto con una pilastra de alas, símbolo de la empresa. Como es deducible, una construcción de estas características, que tan poca rentabilidad sacaba al suelo, era presa fácil de la especulación en un barrio de tan alta demanda como es Chamberí.

6. Mercado de Olavide (Madrid). Un gran patio racionalista demolido sin razón

Nueve joyas de la arquitectura en España que destruimos por especulación o desconocimiento
Posiblemente es uno de los casos más representativos de la pérdida del patrimonio arquitectónico nacional. Bien es cierto que su transformación en una plaza habría sido buena opción si se hubiese ejecutado contemplando aquella construcción proyectada por el arquitecto municipal Javier Ferrero Llusía, que constituía uno de los ejemplos más brillantes de la arquitectura racionalista madrileña. De hecho, su derribo, que tuvo lugar en el año 1974, fue altamente polémico.
El origen del mercado viene de la segunda mitad del siglo XIX, cuando empezaban a reunirse en la plaza algunos puestos de calle. En 1934, Ferrero recibió este encargo que pertenecía al plan de dotaciones con el que el gobierno de la II República trató de solucionar la falta de equipamientos de la época. La planta octogonal del proyecto resolvía hábilmente la situación urbana de la plaza. Situando el abastecimiento al frente, y un eje de acceso de vehículos hasta el interior del mismo.
El perímetro del octógono iba creciendo escalonadamente en altura hacia el centro hasta llegar al patio central que favorecía la ventilación. Su demolición fue llevada a cabo mediante voladura controlada, en un desencuentro absoluto entre el Ayuntamiento —que consideraba obsoleto el modelo de mercado que proponía— y el grupo de comerciantes, vecinos y arquitectos que defendían su conservación reconociendo su gran valor.

7. Motocine (Madrid). Una locura de hormigón 'born in USA'

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Al barrio madrileño de la Alameda de Osuna todavía algunos los vecinos lo conocen como el Motocine. Esta instalación recreativa fue proyectada por el arquitecto Fernando Chueca Goitia en colaboración con el ingeniero Bello Lasierra en 1959, a imitación de los ejemplos que triunfaban en EE UU y que, todavía hoy, ocupan un lugar tan presente en nuestro imaginario. Esta vinculación norteamericana fue la razón de que se ubicase cerca de la base aérea estadounidense de Torrejón de Ardoz.
Fue el más grande de España y el segundo de Europa, con un aparcamiento para 700 vehículos y una pantalla gigante de hormigón. También se diseñaron unas sillas metálicas bajo techado para aquellos que acudían en moto. A pesar de la sencillez de la construcción, se reconocía la modernidad de la propuesta en los pabellones de entrada y servicios resueltos eficientemente. Pero el proyecto fue tal vez demasiado ambicioso —o ingenuo, al pensar que tendría el mismo éxito que en aquel otro lado del Océano—, y no tan abundante la afluencia de soldados como se previó en el momento de su construcción, lo que lo llevó a cerrar pocos años después de su apertura.

8. Fábrica Monky (Madrid). La fábrica más transparente de la N-II

La fábrica de café soluble Monky, construida entre 1960 y 1962, y demolida por sorpresa por sus nuevos propietarios en 1991, es una víctima más de la especulación inmobiliaria. Fue diseñada por Genaro Alas y Pedro Casariego y su apariencia expresionista hacía que cumpliese también las veces de anuncio publicitario, exhibiendo su maquinaria como reclamo comercial. Era una solución sencilla pero potente, que resolvía eficientemente los requisitos industriales del programa y los estéticos de la imagen corporativa.
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Al igual que La Pagoda de Fisac, el edificio fue pensado para ser visto desde el coche, ya que se situaba a las orillas de la Nacional II, importante vía en la capital que conecta con el aeropuerto. El volumen principal —conformado por un muro cortina de acero y vidrio que respondía a los principios fundamentales de la arquitectura miesiana y resultó extremadamente moderno para su tiempo— dejaba ver dentro de él el gran cilindro de acero inoxidable del atomizador, de casi 20 metros de alto, pieza principal de la producción del café; y por tanto su mejor reclamo.
Otro volumen contiguo de las mismas características pero más bajo albergaba las baterías de extracción. Completaban el complejo otros volúmenes, que acabados en muros de ladrillo de cara vista y destinados a oficinas y almacén, se articulaban en armonía con el fantasma principal.

9. Laboratorios ITT (Madrid). Un envoltorio neomudéjar

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A pesar de su nombre, no era un laboratorio como tal sino la sede del Centro de Investigación y Desarrollo de Standard Eléctrica. Construido entre los años 1966 y 1970, fue Premio Nacional de Arquitectura del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid en 1972. También localizado en la salida de la ciudad hacia el aeropuerto, en avenida de América, adquiría un peso especial como reclamo de la marca.
Dos razones de partida determinaron el proyecto: su posición de exposición frente a la vía y el pensamiento de una futura ampliación, de ahí la morfología de su planta con los dos grandes brazos. En cuanto a su fachada, se tuvieron en cuenta la correcta iluminación de un espacio de trabajo y la utilización de materiales que fuesen tradicionalmente españoles.
Así, se llegó a la idea de aquel cerramiento de muros de ladrillo visto con grandes ventanales tamizados hacia el exterior, marcado por una celosía de hierro según un patrón neomudéjar que envolvía todo el volumen. Para ocultar los torreones salientes se diseñó otro envoltorio con una celosía más sencilla.
La fábrica tuvo una corta vida de alrededor de 30 años. Cambios en la normativa legal del suelo llevaron a que los propietarios la derribaran para construir en su lugar un edificio que sacase más rentabilidad al suelo, sin valorar la importancia de la calidad de su arquitectura.

miércoles, 11 de septiembre de 2019

Muestra de Francis Bacon en el Pompidou de París. El País

La pasión literaria de Francis Bacon


El Centro Pompidou analiza las referencias poéticas y filosóficas que marcaron la producción tardía del artista irlandés

'Edipo y la Esfinge después de Ingres', 1983.
'Edipo y la Esfinge después de Ingres', 1983. PRUDENCE CUMING ASSOCIATES LTD
Presente en las colecciones de los mayores museos del mundo y protagonista de innumerables retrospectivas desde su muerte en 1992, la obra de Francis Bacon parece haber sido examinada desde todos los ángulos posibles. El Centro Pompidou se opone ahora a ese lugar común a través de una nueva exposición que vuelve a leer su producción desde un punto de vista inesperado: la poderosa influencia de la literatura en la concepción de las obras. “Los grandes poetas son formidables detonantes de imágenes. Sus palabras me resultan indispensables, me estimulan y me abren las puertas del imaginario”, reza una frase de Bacon recogida en la muestra.
La idea de la exposición, concebida por el comisario Didier Ottinger, que ya se encargó de las recientes monográficas sobre David Hockney y René Magritte en el museo parisiense, consiste en descubrir a un pintor distinto al conocido, más cerebral y letraherido, en cuya obra no todo fue entraña y desgarro biográfico. No el de la carne trémula de sus modelos deformados y los rostros descompuestos de papas velazquianos, sino el de referencias eruditas escondidas en párrafos abstrusos de las obras de Esquilo, Nietzsche, T. S. Eliot, Joseph Conrad, Georges Bataille y Michel Leiris. Bacon tradujo esas frases en atmósferas y motivos pictóricos, hilo conductor de la exposición Bacon con todas sus letras, que se podrá ver en el Pompidou hasta el próximo 20 de enero.
Si la literatura fue una de las fuentes de inspiración principales en su obra, Bacon aborrecía la idea de narración, que consideraba antitética a su disciplina, prefiriendo la imagen poética o la noción filosófica a la burda idea del relato. “Quiero evitar a toda costa que, al ver mis cuadros, se crea que he querido contar una historia. Para mí, la narración es una forma de matar la pintura, una confesión de impotencia”, dijo en otra ocasión. En su biblioteca personal, que hoy es conservada en el Trinity College de su Dublín natal, figuran más de 1.300 referencias, según un inventario realizado en su taller londinense a finales de los noventa. Muchas de ellas las aprendía de memoria. Devenían el magma del que surgía su obra.
La escenografía de la muestra es poco habitual. El visitante se adentra en el interior de seis cubículos oscuros, en los que se escucha la voz de conocidos actores franceses, como Mathieu Amalric o Jean-Marc Barr, que recitan fragmentos de seis de los libros que inspiraron a Bacon. Al lado, una vitrina custodia el volumen del que surgen esas líneas, extraído de la gigantesca biblioteca del artista. Tras esa lectura dramatizada, se puede inspeccionar el rastro de esas imágenes literarias en una selección de cuadros colgados alrededor.
La exposición prescinde de cartelas y otras muletas, por lo que la búsqueda de esas correspondencias resulta ardua y confusa. Por ejemplo, el tríptico dedicado a George Dyer, el amante suicida de Bacon, esconde una discretísima referencia a una cerradura que aparece citada en un poema de Eliot, cuyo lenguaje fragmentado también inspiró cuadros concebidos como si fueran collages. En otros casos, el parecido es más evidente. Los textos de Leiris sobre la tauromaquia encuentran un reflejo en su Estudio de un toro (1991), pintado pocos meses antes de fallecer. Otro punto de anclaje permanente es la tensión nietzschiana entre la belleza apolínea y el exceso dionisiaco, que después retomará la prosa de Bataille presentando un conflicto entre energía vital y destrucción arrolladora. Esas fuerzas contrarias se expanden a lo largo y lo ancho de 60 cuadros donde abundan tonos inéditos de amarillo, naranja y rosa.
La muestra sirve para revalorizar la producción tardía de Bacon, que durante décadas se ha tenido por menos innovadora e interesante. Está dedicada a las últimas dos décadas de su producción y arranca simbólicamente en el año 1971, cuando Dyer muere en una habitación de hotel de París solo dos días antes de la inauguración de la gran exposición en el Grand Palais que supondrá su consagración definitiva. Según Ottinger, ese doble acontecimiento marca el comienzo de una nueva etapa “en la obra y la visión del mundo” de Bacon. “Es la primera vez que se enfrenta al conjunto de su producción. Es un momento capital en el que reflexiona sobre lo que ha conseguido y en lo que va a hacer a partir de ese momento”, comenta Ottinger. En las fotos de la época, Bacon posa erguido y orgulloso: es el segundo pintor vivo que expone en el lugar, después de Picasso. Aunque exista en su mirada una sombra de dolor entre tanta gloria.

Gutiérrez de Soto arquitecto en el Madrid de la República y el franquismo. El Confidencial




El arquitecto que se hinchó a meter goles con el Madrid y después construyó media ciudad

Pudo ser ministro y delantero del Real Madrid, pero prefirió dibujar la ciudad



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Los españoles apenas conocemos a nuestros arquitectos. Si le pregunto, a bote pronto, por cinco nombres, es probable que mencione a Gaudí, a Calatrava, a Moneo, a Herrera o a Bofill. Si usted está un poco más interesado en la materia, quizá hable de De la Sota, de Sáenz de Oiza, de Fisac, de Zuazo o de Fernando Higueras. Pero más allá de estos grandes nombres se encuentra una masa anónima de arquitectos que han construido su ciudad, los edificios por los que pasa cada día, sin obtener reconocimiento público. De entre todos ellos, quizás el caso más sangrante es el de Luis Gutiérrez Soto (1900-1977), un arquitecto olvidado pese a haber diseñado medio Madrid.
El Ministerio del Aire en Moncloa, el edificio de Fnac en Preciados, el primer Aeropuerto de Barajas, el cine Callao en Gran Vía, el Museo Chicote en la Red de San Luis, la Torre del Retiro en Menéndez Pelayo o la antigua Sala Pachá en Barceló son una exigua muestra de la enorme obra de Gutiérrez Soto, que llegó a firmar 650 proyectos a lo largo de su carrera. Para entender la magnitud de su huella en Madrid, hay que acudir al mapa:
¿Por qué la figura de Gutiérrez Soto, con una presencia masiva en la capital, pero también en Córdoba, Barcelona o Vigo, ha sido opacada? La explicación corta es: por ser franquista, trabajar para los ricos y no ser fiel a ningún estilo arquitectónico.
Gutiérrez Soto estuvo a punto de no ser admitido en la Escuela de Arquitectura
Aquí va la versión larga: "Soto no era un arquitecto de manifiesto, un artista, sino un hombre de oficio", dice José María Ezquiaga, decano del Colegio de Arquitectos de Madrid.
Antes de entrar en su carrera como diseñador de edificios, es interesante conocer que Soto estuvo a punto de no ser arquitecto, sino jugador del Madrid, que entonces, en la República, no era Real. En 1917, con solo 17 años, Gutiérrez Soto se encontraba en la clásica encrucijada del adolescente: qué ser en la vida. Su sueño, espoleado por su familia de la alta burguesía madrileña, era convertirse en arquitecto. Incluso acudió a la prestigiosa Academia Rives para prepararse el ingreso a la Escuela de Arquitectura, donde se formaron algunos de los principales arquitectos madrileños, pero ni con esas consiguió aprobar 'Dibujo en ornato', una materia imprescindible para obtener el acceso a la Escuela. Suspendió tres veces seguidas y llegó a creer que no valía.



Gutiérrez Soto, arriba a la izquierda, con los brazos cruzados. (Real Madrid)
Gutiérrez Soto, arriba a la izquierda, con los brazos cruzados. (Real Madrid)

Pero Luis tenía otra pasión, el fútbol. Jugaba en el equipo reserva del Madrid Football Club y era uno de los máximos goleadores. Ese mismo año debutó en el primer equipo, como interior zurdo, compartiendo vestuario con Monjardín, Gandarias o Santiago Bernabéu. No obstante, hace cien años los futbolistas no cobraban y, por tanto, no se planteaba como una alternativa a los estudios: "Si hubiera sido ahora, seguro que habría seguido jugando, pero nadie se planteaba vivir del fútbol en los años veinte... lo que sí vimos en su juego fue parte de lo que luego sería su obra", dice José Ramón Hernández, doctor en Arquitectura y autor del blog '¿Arquitectamos locos?'. "Sus amigos le llamaban 'Pichichi', como el jugador del Athletic de Bilbao que luego dio nombre al premio de máximo goleador, porque era muy prolífico, justo lo mismo que hizo cuando se puso a hacer edificios, que hacía 10 o 15 al año, no paraba de meter golazos como arquitecto", dice.

Las líneas curvas

Finalmente, Gutiérrez Soto aprobó Dibujo en ornato y se graduó el primero de su promoción. "Para entender a Gutiérrez Soto antes hay que comprender que sus inicios en la arquitectura se dan en una época convulsa: no solo le tocó vivir el final de la República y la Guerra Civil, sino que se reinventó la arquitectura. Es cuando nacen las bases del Bauhaus y la arquitectura moderna. Soto arranca en el eclecticismo dominante en la arquitectura madrileña, basado en la tradición popular, pero pronto se incorpora al movimiento moderno, al racionalismo, que era lo que se llevaba en aquel momento entre los jóvenes", explica Ezquiaga.
Desde el primer momento empezó a trabajar y prácticamente no descansaría hasta 50 años después. Su primera gran obra, la que le puso en el mapa, fue el cine Callao, que construyó en 1926, tan solo tres años después de salir de la escuela. Se trata de un edificio de corte neobarroco con acabados art decó en el que Soto, tan solo dos años después de su inauguración, pudo ver 'El cantante de Jazz', la primera película sonora de la historia del cine. El cine Callao, en sus inicios, podía acoger a 1.500 personas y proyectar películas en la terraza, que contaba con una pequeña sala al aire libre. En la sala de fiestas que Soto proyectó en el sótano se emplazó la icónica discoteca Xenón, por la que han pasado varias generaciones de madrileños.
Después vendría el Cinema Europa (1928), de estilo expresionista, y el Cine Barceló (1930), racionalista, ambos con gran influencia de Erich Mendelsohn, y a la postre dos emblemas de la ciudad cuyas elegantes fachadas siguen admirando los madrileños casi un siglo después.



El antiguo Cine Barceló. (Wikipedia)
El antiguo Cine Barceló. (Wikipedia)




El Cinema Europa, hoy convertido en Saneamientos Pereda. (Wikipedia)
El Cinema Europa, hoy convertido en Saneamientos Pereda. (Wikipedia)





La fachada del cine Callao, en Gran Vía, en una imagen tomada en 1975 (Rtve)
La fachada del cine Callao, en Gran Vía, en una imagen tomada en 1975 (Rtve)


Gutiérrez Soto siguió profundizando en el estilo racionalista con gran éxito. Solo siete años después de acabar sus estudios, ya era una estrella al que buscaban los promotores: "Se convirtió muy pronto en el principal exponente del racionalismo español, y las piscinas La Isla fueron el icono de un nuevo estilo arquitectónico", dice Ezquiaga. Se refiere a unas piscinas, construidas en un islote del Manzanares en 1932, que daban el aspecto de ser un gran barco surcando el río. Durante tres décadas La Isla fue la primera atracción de la ciudad, especialmente para las clases altas, hasta que una serie de crecidas del Manzanares terminaron por arruinar las instalaciones y fueron desmanteladas.
Tampoco sobrevivió su terminal del aeropuerto de Barajas, finalizada en 1932 y que tuvo como modelo el Club Naútico de San Sebastián, como también hizo Gutiérrez Soto con La Isla. Al concurso público acudieron los mejores arquitectos jóvenes de la época, como Bergamín o Fernández-Shaw, pero Gutiérrez Soto los ganó porque fue el mejor en adaptarse, una cualidad que explotaría en el resto de su carrera: "El de Bergamín era el de mayor coherencia racionalista, el Fernández-Shaw era el único que incorporaba conceptos aerodinámicos en sus formas, con un aspecto de expresionismo futurista; el de Gutiérrez Soto resultó ganador con un estilo intermedio, moderadamente expresionista, que modificó en el proyecto final", explicó el arquitecto Enrique Rodríguez Uceda a El Mundo.30 de abril de 1931, inauguración del aeropuerto de Barajas



30 de abril de 1931, inauguración del aeropuerto de Barajas




La primitiva terminal de BarajasLa primitiva terminal de Barajas


Aspecto del restaurante de Barajas

La piscina La Isla fue un icono del racionalismo español que desapareció en los años cincuenta
Cuando estaba en lo más alto, la carrera como arquitecto racionalista de Soto quedó cortada en seco por la Guerra Civil. "En España el racionalismo, como el Bauhaus en Alemania, fue identificado como un movimiento arquitectónico de izquierdas y quedó completamente excluido del régimen”, explica Ezquiaga. Tras el conflicto, los principales arquitectos españoles, como Giner de los Ríos, Torres Clavé o Fernández Balbuena se exiliaron y continuaron su obra en Europa o América, pero Gutiérrez Soto decidió quedarse, a pesar de que su estilo había sido vetado.
No solo se quedó, sino que se significó por el bando sublevado, algo que muchos de sus compañeros nunca entendieron y por la que le criticaron hasta sus últimos días: "Es que, a diferencia de otros arquitectos, que se circunscriben a movimientos y se esmeran en publicar el porqué de sus conceptos, Gutiérrez Soto solo trabajaba. No explicaba nada ni estaba limitado a un solo estilo, sino que dejaba que sus obras hablasen por él. Podía cambiar su estilo porque tenía una enorme capacidad para adaptarse y hacerlo bien”, dice José Ramón Hernández.
La piscina La Isla, conocida como 'la playa de Madrid'


La piscina La Isla, conocida como 'la playa de Madrid'

Las líneas rectas 



No es que Soto se olvidase del compás, sino que priorizó la escuadra. La construcción del Ministerio del Aire (1944), en Moncloa, sirve para sintetizar la flexibilidad del arquitecto: "El Régimen le hace el encargo cuando todavía está en marcha la Segunda Guerra Mundial y Soto les presenta un proyecto muy influenciado por Alemania, parecido al Ministerio de la Luftwaffe de Berlín, otro de estilo racionalista y uno muy tradicional, inspirado en El Escorial", dice Ezquiaga. "De hecho la planta de los tres proyectos es casi idéntica, Soto era capaz de, con unas pocas variaciones, cambiar por completo el estilo de un edificio como ese", remacha Hernández.
"Franco vio que los nazis no iban a ganar la guerra y descartó el modelo alemán en favor de uno propio. ¿Y qué hay más español que El Escorial?", dice Ezquiaga. El triunfalismo político de los primeros años del franquismo se tradujo arquitectónicamente en la vuelta al rigor geométrico de Juan de Herrera, el conocido como neoherreriano, un término que espanta a la mayoría de los arquitectos, ya que no lo consideran ni nuevo ni suficientemente extendido como para ser considerado estilo. "El Régimen adopta el eclecticismo, se rinde a construcciones que evoquen glorias pasadas, al concepto del Imperio Español, pero se equivoca con el herreriano, porque no es un estilo clásico español, sino nórdico, de Flandes. No se parece al modo que nosotros históricamente trabajamos la pizarra: lo nuestro es la teja árabe, no esos tejados tan inclinados, que son adecuados para El Escorial, donde nieva mucho, pero tienen menos sentido en Moncloa", dice Ezquiaga.

MinisteEl Ministerio del Aire, en Madrid. (Ayuntamiento de Madrid)Ministerio del Aire.
Miguel Ángel Baldellou, catedrático de Arquitectura en la Politécnica, es quizá la persona que más profundamente ha estudiado su obra: "A Gutiérrez Soto se le atribuyeron varios pecados que no cometió", dice. "Se le criticó mucho por cambiar de estilo arquitectónico. Lo veían como un franquista que utilizaba el estilo neoherreriano y eso sirvió para que muchos de sus compañeros lo tuvieran como el enemigo común”, explica.
Soto ya nunca se quitaría el sambenito de arquitecto franquista, pese a que trabajó poco para el Gobierno: “Qué duda cabe que era una persona de derechas, pero yo nunca le he considerado franquista. Era un hombre con la suficiente habilidad para no exagerar nunca sus predilecciones. Hay que recordar que el Régimen solo le encargó el Ministerio del Aire, que aunque sea muy grande es un solo proyecto. No debemos confundir a Soto con Diego Méndez o Muguruza, que sí eran arquitectos cercanos a Franco”, continúa el catedrático.
No puede negarse que los restos de Gutiérrez Soto descansan en el pequeño cementerio de Mingorrubio-El Pardo, donde yacen altos cargos del franquismo como Carlos Arias Navarro o Luis Carrero Blanco, además de los de Carmen Polo, esposa del dictador, si bien conviven con las tumbas de otras familias de clase alta no especialmente relacionadas con el franquismo.



El arquitecto de la clase alta

Soto comienza, a partir de los años 40, a trabajar a destajo para particulares. Hace decenas de edificios de viviendas, la mayoría en los nobles barrios de Salamanca y Centro, en Madrid, pero también chalets unifamiliares a las afueras, algo que también es mal visto por sus colegas, que las consideran obras menores para alguien de su talla profesional: "Después del conflicto es cuando adopta estas influencias herrerianas que le sitúan, a ojos de la opinión pública, como alguien muy de derechas. Lógicamente, las personas que ostentaban el poder económico le hacían muchos encargos, pero no porque fuera alguien de derechas, sino porque era el mejor arquitecto al que podían acceder", dice Baldellou.

El complejo Carlos III, en la calle Goya, construido en 1946. (Wikipedia)
El complejo Carlos III, en la calle Goya, construido en 1946. (Wikipedia)

Edificio de viviendas en la calle Padilla, construido en 1945. (Wikipedia)
Edificio de viviendas en la calle Padilla, construido en 1945. (Wikipedia)
Continúa el catedrático: "Gutiérrez Soto, antes que nada, era un profesional. En una ocasión me confesó que el ministro Vicente Mortes le había propuesto ser ministro de Vivienda, algo que rechazó con horror, porque nunca quiso ser político. Es patente que se benefició de los encargos oficiales, pero siempre hay arquitectos que reciben más encargos oficiales que otros”.
No le importaba que un edificio no tuviera nada que ver con el otro, porque primaban la funcionalidad y los deseos del cliente. Esto llevó a algunos a considerarle un arquitecto sin cultura arquitectónica: "Hay una falsa percepción de Gutiérrez Soto. Era concebido como un arquitecto profesional, con poca cultura, y no es verdad. Soto viajó por toda Europa empapándose de varias escuelas y estudió la obra de Le Corbusier. Pero es verdad que luego le encargaban un chalé y, si al dueño le gustaba el estilo historicista, se plegaba sin poner un pero, lo llenaba de arcos”, dice el doctor Hernández.

El edificio Galerías Preciados, hoy ocupado por Fnac, una obra de Soto de 1940. (Wikipedia)El edificio Galerías Preciados, hoy ocupado por Fnac, una obra de Soto de 1940. (Wikipedia)
Y he aquí uno de sus principales problemas para ser recordado: es imposible identificar visualmente su obra, porque nadie diría que el cine Barceló y el Ministerio del Aire fueron diseñados por la misma persona: "Pero es que un arquitecto no tiene por qué ser reconocido", afirma Hernández, "Soto es lo contrario a Calatrava o Gaudí, que son fácilmente reconocibles a primera vista. Esto es también un arma de doble filo, porque Calatrava ha sido denostado. La arquitectura, digamos, anónima, es la que crea las ciudades. Cuando vamos a Nueva York, por ejemplo, apenas sabemos el nombre de unos cuantos constructores de rascacielos, pero la mayor parte de la ciudad está construida por arquitectos con menos nombre, pero que al final suponen una gran mayoría de los edificios y del aspecto de la ciudad”.
"Soto se enfadaba cuando le preguntaban por la faceta artística de la arquitectura", dice José Ramón Hernández, "consideraba que ya estaba todo inventado, que un arquitecto no podía inventar una nueva forma por mucho que quisiera. Así, él veía la arquitectura como un catálogo de formas y estilos donde el mérito radicaba en elegir correctamente en cada situación, siempre anteponiendo las necesidades del cliente a cualquier arranque artístico del arquitecto”.
Para Hernández, la obra de Gutiérrez Soto, lejos de ser voluble, es una demostración de capacidad: "Lo dominaba todo, independientemente del estilo, y por eso no se tomaba las escuelas demasiado en serio. Si eres capaz de escribir como García Márquez, como Cervantes y como Pérez Galdós, lo que menos te preocupa es la forma, sino tu capacidad para hacerlo bien. No hay un mensaje en su obra, no hay una historia detrás que contar, solo trabajo, trabajo y trabajo. Gutiérrez Soto era un talento puro de la arquitectura".

La Torre del Retiro (1969), una de las últimas obras de Gutiérrez Soto.
La Torre del Retiro (1969), una de las últimas obras de Gutiérrez Soto.

Las pirámides de la calle Potosí, en Madrid, una de las últimas obras de Gutiérrez Soto (Idealista)
Las pirámides de la calle Potosí, en Madrid, una de las últimas obras de Gutiérrez Soto (Idealista)
Baldellou no solo conoció personalmente a Gutiérrez Soto, sino que pudo entrar en su estudio cuando éste falleció, en 1977. Estaba conectado con su vivienda por una escalera, de forma que se pasaba el día en el edificio: "Gutiérrez Soto trabajaba muchísimo, una barbaridad. En su estudio tenía quince delineantes y dos aparejadores, a los que iba corrigiendo a mano según pasaba. Todos sus proyectos son muy precisos y concienzudos. Yo mismo he visto, en su estudio, hasta ocho variantes de una misma planta”, dice Baldellou, quien confiesa que tardó en asimilar su obra: “Yo era anti Gutiérrez Soto, porque es la única opción para un arquitecto de veinte años. Incluso me cayó mal cuando lo conocí, porque se consideraba a sí mismo el no va más. Para mí, representaba todo lo que no debía ser la arquitectura. Sin embargo, pasaron los años y, veinte años después de su muerte, me planteé volver a revisar toda su obra sin prejuicios ni intermediación: ahí descubrí que fue un arquitecto excepcional. Cambiar tanto de estilo, producir tanta obra, y hacerlo tan bien, es algo que tiene un gran mérito".
Gutiérrez Soto dejó 650 edificios que hablan por él. Públicamente apenas habló de su obra, tan solo en círculos privados, en los que solía quitarse valor, pero en diciembre de 1955, tras ser preguntado una y otra vez sobre cuál era su estilo, publicó en la revista 'Informes de Construcción' las líneas maestras de su trabajo: "Después de los diferentes vaivenes de una vida profesional activa, creo al cabo de los años haber encontrado las directrices generales de mi arquitectura, que son la claridad y la lógica, el estudio concienzudo de la disposición en planta con relación a la función del edificio, funcionalismo, empleo de la materia y de la técnica constructiva moderna, dentro de las bellas proporciones clásicas (...) Existe una gran variedad de estilos dentro de la arquitectura actual: el americano, el sueco, el alemán, el italiano, el brasileño, el de Le Corbusier, el de Lloyd Wright... con características distintas, pero todos dentro de la misma línea e idea; sería pueril detallarlos porque, mientras la arquitectura sea un arte, gracias a Dios, será inútil pretender universalizarla ni estandarizarla; por encima del tiempo del progreso está la idiosincrasia de los pueblos y el individualismo del hombre".












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