martes, 22 de septiembre de 2020

Cuando Christo y Jean Claude envolvieron el Pont Neuf de París. El Mundo

 

Cuando Christo y Jean Claude envolvieron el Pont Neuf de París

A las cuatro de la mañana de un 22 de septiembre de hace 35 años, los parisinos pudieron ver y cruzar el Pont Neuf, el puente más antiguo de la capital, envuelto en unas lonas ocres. Estos días, el Centro Pompidou recuerda aquel hito.

El ministro de Cultura Jack Lang y Christo, ante el Pont Neuf, en...
El ministro de Cultura Jack Lang y Christo, ante el Pont Neuf, en 1985. AFP

Fue una obra de arte efímera, polémica y popular: tres millones de visitantes en sus 15 días de existencia a contar desde el 22 de septiembre de 1985. Para empaquetar el Pont Neuf de París se emplearon 40.000 metros cuadrados de lona y 12 toneladas de cables de acero dispuestos por 300 personas en sólo 17 días. Pese a no costar un franco al erario (se autofinanció con la venta de varios cientos de dibujos y croquis), la lucha con la burocracia parisina duró 10 años.

El Centro Pompidou desmenuza la intrahistoria de aquel proyecto titánico en una exposición aplazada por el Covid. Resume los años parisinos, testigos de los primeros pasos balbuceantes de Christo (fallecido en los días agudos de la pandemia) y la aportación de su esposa. Porque envolver en lona el Pont Neuf hubiera sido imposible sin el amor y la complicidad de una pareja de artistas, Christo y Jean Claude, cuyos destinos no parecían llamados a cruzarse.

¿O sí? Ambos habían nacido el mismo día, el 13 de junio de 1935. Christo Vladimirov Javacheff en Bulgaria, hijo del propietario de una fábrica que sería expropiada por el régimen comunista y de la secretaria del director de la escuela de Bellas Artes de Sofía. Jeanne Claude Marie Denat, en Casablanca, en el Marruecos francés. Hija de un comandante y de Précilda Angela Eton Laporte, separados antes de su nacimiento. Su madre se casó en el 47 con Jacques de Guillebon, un general que había participado en la Liberación de París.

Christo estudia Bellas Artes en Bulgaria, donde la formación sigue pautas academicistas del XIX. El régimen obliga a los estudiantes a dedicar sus fines de semana a escenificar el recorrido del Orient Express: "Aconsejabamos a los campesinos dónde instalar la maquinaría agrícola para que luzca contra el horizonte, limpiábamos y ocultábamos las cosas feas y disponíamos balas de heno a lo largo de la vía", confesará el artista en una biografía .

De visita a unos primos de Praga, ve por primera vez una obra de arte moderno y le llega la noticia de la sublevación popular contra el gobierno comunista de Hungría. Estamos en 1957 y Christo huye a Occidente en un tren de mercancías. Alcanza Viena y estudia en la Academia de Bellas Artes. Ese verano, Jeanne Claude se muda a París donde su padre adoptivo es director de la Escuela Politécnica.

Christo pinta retratos para ganarse la vida. Su objetivo es París pero, bien aconsejado, pasa por Ginebra, sede del ente de Naciones Unidas para los refugiados. En Suiza, hace un contacto que le abrirá camino, René Bourgeois, peluquero. Éste le presentará a una celebridad del gremio, Jacques Dessange. Gracias a ellos podrá instalarse en París en una buhardilla prestada. Vivirá de los retratos a las clientas de los peluqueros, Brigitte Bardot entre ellas.

Précilda de Guillebon es clienta de Bourgeois y también se hace retratar por el joven refugiado. Pintará tres. Dos clásicos y uno cubista. Dos firmados Javacheff, rúbrica alimenticia. El tercero con la marca reservada a las obras de creación, Christo. Précilda es una dama de influencias e implicará a su marido en la protección del huido del comunismo. El militar resumió años después: "Le dejamos una buhardilla y acabó llevándose a nuestra hija".

La habitación le servirá de estudio porque el artista se aloja en un apartamento de la Isla de San Luis de la familia Cointreau a los que también ha retratado. Jeanne Claude ha seguido el recorrido de las hijas de buena familia de entonces: baile de debutantes en Versalles, boda con un ingeniero... que termina en divorcio al poco del viaje de novios a Túnez.

Ya estamos a finales de 1959 y Christo y Jean Claude se ven regularmente. El pintor retrata al general, de uniforme y de paisano. En esa época, el pintor pone el despertador a las 6 de la mañana. No quiere que el general, madrugador, le sorprenda de nuevo en la cama de su hija. Casi les pilla en una visita intempestiva de la que el joven salió, desnudo, por la ventana. La pareja se regularizará en 1960, tras el divorcio de ella. "No éramos unos santos" dice a la cámara Jeanne Claude en un vídeo que se proyecta dentro de la exposición Paris! con la que el Centro Pompidou le rinde homenaje. Aplazada por la pandemia del Covid y supervisada desde Nueva York donde residía, Christo no llegó a verla abierta porque falleció el 31 de mayo a punto de cumplir 85 años. Su esposa murió en 2009.

Aquí se muestran los primeros pasos de Christo. Empaqueta figuras y objetos. Pronto sigue con los retratos y llega al plástico que permite jugar con veladuras y transparencias. Y la primera intervención callejera sonada: el muro de 200 bidones de petróleo con los que corta la rue Visconti y que se hace eco del Muro de Berlín. Durará una noche. Y eso que la policía, llamada por los vecinos, no se puso dura. También forrara durante unas horas una de las estatuas de Trocadero.

Por la cabeza del artista empieza a rondar empaquetar un edificio. Pero eso, ¡ay! Requirirá perdir permiso a las autoridades y que te lo den. Christo especula con forrar la Ecole Militare pero el suegro le convence de que no le darán nunca permiso. Será un puente. ¿El de Sant'angello en Roma? ¿El de Alejandro III en París? Descarta este último porque sólo tiene un arco y es demasiado fino.

Será el Pont Neuf, cuya primera piedra puso Enrique III en 1578 y que une las dos riberas del Sena haciendo pie en la punta de la Isla de la Cité. Un puente que cruzan a diario miles de parisinos a pie y en coche. ¿Acaso no lo pintaron Turner, Pisarro o Monet en el XIX? En el siglo XX, él lo envolverá en plástico amarillo claro, el color de la piedra de los monumentos de París.

El proyecto está claro en 1975. Sólo faltan los permisos... y 10 años de peleas con las administracciones. Primer objetivo, el alcalde Jacques Chirac. El suegro conoce a un figura incontestable del gaullismo, Michel Debré. Van a verle. No hará gran cosa porque está enfadado con el alcalde. Pero sí aportará un análisis esencial. Chirac ama la música y el arte asiático, no el moderno. No se opondrá de frente. Pero, si huele que el proyecto puede costarle votos, irá a saco a la contra. Así será.

Van a ver a la viuda de Pompidou, gran coleccionista de arte moderno como el que fuera presidente de la República, que tuvo en su despacho un Christo entre obras de Kandinsky y Giacometti. Contactan con el adjunto de Chirac, que había sido oficial a las órdenes del general. Buenas palabras. Nada que mueva la voluntad de Chirac o disipe sus temores. Pasan años.

La pareja tiene un argumento anti electoralista: se autofinancia y no costará un franco al contribuyente. Pero no lo creen. Además, Chirac y los políticos temen una reacción adversa del público. Así que los artistas hacen campaña. Cenas, encuentros con gente influyente y con los comerciantes de la zona. Con los trabajdores de las obras vecinas. Con estudiantes. Exponen la maqueta. Suman al dueño de La Samaritaine, cuyo gran almacén está al lado del puente nuevo.

El proyecto ha hecho su camino. Jacques Chirac les recibe el 21 de febrero del 82 junto a una chimenea encendida en uno de los majestuosos salones del ayuntamiento. Un video recoge los elogios y el apoyo del primer edil. Fuera de cámara pactan mantener el secreto hasta que pasen las municipales de 1983.

Chirac firma la autorización en agosto de 1984.

Ya sólo falta la autorización de los ministerios de Interior, Cultura, Urbanismo y Vivienda, del Puerto Autónomo de París, de las compañías de gas y de electricidad... El prefecto de París se opone aduciendo problemas de tráfico Chirac duda pero no cambia de opinión en público pensando que el prefecto no dará luz verde.

Jack Lang, ministro de Cultura y el primer ministro Laurent Fabius serán decisivos. Apelan al presidente, el socialista François Mitterrand, que ordena al ministro de Interior, Pierre Joxe, que mande al prefecto dar la última autorización.

El 25 de agosto se empieza a trababar in situ. Los 40.000 m2 de polyamida ignífuga han sido fabricados en Alemania. Quince personas cosen en Francia, siguiendo los minuciosos patrones que Christo ha dibujado para cada arco, cada pilar, cada farola. Todo se va a envolver menos la estatura ecuestre de Enrique IV que preside el conjunto.

La tela será fijada a la estructura del puente (140 metros de largo por 20,5 de ancho) por 11 km de cuerda. En el montaje trabajaron 300 personas, incluidos alpinistas y hombre rana, dirigidos por 12 ingenieros. El amanecer del 22 de septiembre de 1985 los parisinos descubre su puente empaquetado. Miles de personas acuden, cientos de periodistas de todo el mundo lo difunden, se organizan debates in situ. Christo no han dejado nada al hacer. Su servicio de prensa bilingue está presente full time a pie de obra.

Mitterrand, vendrá discretamente. Chirac se da un baño de multitud y le dice a Christo que nunca ha comprendido la oposición de sus consejeros al proyecto. De camino desde el ayuntamiento le había dicho a Françoise de Panafieu, su adjunta para asuntos culturales: "Voy a ser claro. Si es un éxito, será gracias a mí; si es un fracaso, será por tu culpa".

Fue un éxito. Hoy se recuerda como una maravilla de reflejos dorados, una intervención prodigiosa que suscitó el entusiasmo popular. Luego llegaría el embalaje del Reichstag de Berlín en 1995. Christo y Jean Claude idearon 47 empaquetamientos monumentales. Lograron llevar a la práctica, 23. Póstumamente sumarán otra realización. La exposicion del Beaubourg (abierta hasta el 19 de octubre) se cierra con el proyecto de empaquetar el Arco del Triunfo, en azul esta vez. Lo imaginaron en 1962. Está prevista llevarlo a cabo, con el apoyo decisivo del presidente Macron, en otoño de 2021.

Y es que como Christo escribió en una carta a sus padres en febrero de 1960: "En la vida, y sobre todo en el arte, muchas cosas vienen con el tiempo y la fortaleza de llegar hasta el final. Nunca hay que conformarse con las cosas inacabadas".

lunes, 14 de septiembre de 2020

Vigée-Le Brun retratista francesa entre dos siglos (1755-1842). El País

 

El Prado hace justicia a Vigée-Le Brun

El museo sacará del almacén dos cuadros de la gran retratista francesa, sexta mujer expuesta en las salas. Tras su restauración, los conservadores ultiman un estudio de los óleos

El retrato de María Cristina Teresa de Borbón, (1790), pintado por Louise-Elisabeth Vigée-Lebrun y restaurado en el Museo del Prado.
El retrato de María Cristina Teresa de Borbón, (1790), pintado por Louise-Elisabeth Vigée-Lebrun y restaurado en el Museo del Prado.MUSEO NACIONAL DEL PRADO

El taller de restauración del Museo del Prado ha limpiado dos retratos realizados por la pintora francesa Élisabeth Louise Vigée-Le Brun (1755-1842), que hasta ahora habían estado en los almacenes. Con esta limpieza la institución ha recuperado el aspecto más fiel y cercano a la idea de la autora para, según ha podido saber EL PAÍS, subir estos lienzos de los sótanos a las salas de exposición. La dirección del museo ha decidido ligar el rescate de una artista esencial en la evolución de la historia de la pintura del siglo XVIII al XIX, a la exposición Invitadas, que se inaugurará el próximo 6 de octubre y que analizará el papel de la mujer en el arte español del siglo XIX y los primeros años del XX.

Los retratos de Vigèe Le Brun restaurados son Carolina, reina de Nápoles, un óleo sobre tabla de 1790, y María Cristina Teresa de Borbón, mismo soporte y del mismo año. En ambos se descubre la especial sensibilidad que tuvo esta artista para la narración cotidiana y la intimidad, y para el retrato psicológico de sus personajes, que ganan en espontaneidad y en franqueza. Son mujeres (solo una sexta parte de sus retratos fueron hombres) que celebran la vida, envueltas en amables tonos pastel.

Con este movimiento, el museo expone a la sexta mujer artista en sus salas. Vigée-Le Brun se une así a los nombres de Sofonisba Anguissola, Artemisia Gentileschi, Rosa Bonheur, Clara Peeters y Angelica Kauffmann. Entre todas suman 13 pinturas de las más de 1.700 que se mostraban antes de la reducción de espacio expositivo provocada por la crisis sanitaria.

“Ya los hemos restaurado y ahora los estamos analizando y estudiando para confirmar la atribución. Hasta el momento la catalogación ha sido por tradición, ahora queremos asegurarnos. Fue una pintora muy popular que tuvo muchas copias. Pero ahora que están limpias, sin esos barnices amarillos espantosos, se aprecia la calidad. Una vez hayamos finalizado la investigación, en unas semanas, irán a la sala 75, dedicada al neoclasicismo”, explica Andrés Úbeda, director Adjunto de Conservación e Investigación del museo.

María Antonieta retratada por la pintora Marie Louise Élisabeth Vigée-Lebrun.
María Antonieta retratada por la pintora Marie Louise Élisabeth Vigée-Lebrun.GETTY IMAGES

De hecho, del retrato de María Cristina Teresa de Borbón, futura reina consorte de Cerdeña, a quien la artista representó sentada en un jardín recogiendo rosas, existe otra versión idéntica en el Museo Nacional de Capodimonte de Nápoles, donde se conserva también un retrato del hermano de Vigée-Le Brun y dos de su hermana. Las primeras noticias que tiene el Prado de ambas tablas son del inventario de 1854-1858 y desde entonces aparecen reconocidas como “Madama Le Brun”.

Las dos obras del Prado posiblemente dialogarán con los retratos de Mariano Salvador Maella, Ramón Bayeu o Agustín Esteve. Pero todavía están rediseñado el regreso que vendrá tras Reencuentro, la exposición que hay ahora, cuando se recuperen los espacios habituales. Úbeda indica que están repensando la colección, que hay una labor de recuperación de obras pendientes de revisar y analizar. “El Prado tiene muy buen banquillo”, señala.

Y en ese banquillo hay mujeres. “Empezamos con la exposición de Clara Peeters, en 2016, y desde entonces tratamos de mantener esa línea”, indica el director adjunto, que confirma que entre las compras del último año no figura ninguna obra de mujeres artistas.

El año de la resurrección internacional de Vigée-Le Brun —artsita que mantuvo su apellido siempre, a pesar adoptar por ley el de su marido, el marchante Jean-Baptiste Pierre Le Brun— fue 2015, cuando se presentó la primera retrospectiva sobre su obra, en el Grand Palais de París, el MET de Nueva York y en la National Gallery de Canada, en Ottawa. El Museo del Louvre de París, la National Gallery de Londres, el Metropolitan de Nueva York o el Hermitage de San Petersburgo exponen obras de la pintora francesa que ha sido reconocida como capital en la Francia que salta del Rococó al Neoclásico. En el museo londinense, por ejemplo, cuelga en una prestigiosa sala junto con trabajos de François Boucher, Jean-Siméon Chardin, Jean-Honoré Fragonard, Jean-Baptiste Greuze o André Boys.

Pintora en fuga

Pese a ese rescate, el Prado mantenía apartada de la vista pública la obra de quien ha sido señalada y estigmatizada como la pintora de la reina María Antonieta. En la biografía que mantiene el museo español se dice de ella que “fue una de las artistas femeninas más valoradas de su época, y de las más denostadas, sobre todo por ser autora de algunas de las más grandes obras pictóricas de propaganda política del siglo XVIII al servicio de una idealizada María Antonieta”. Nunca ostentó el título de pintora de la reina, pero desde que tenía 22 años la retrató tanto que se le abrieron las puertas del éxito y del exilio.

“Si estaba en la ventana de mi casa, los groseros sans-culottes me amenazaban con sus puños”, dejó escrito en las amplias memorias que redactó al final de su vida. Aquellos días, previos a la Revolución Francesa, los recordaba con “angustia y dolor”. Huyó con su hija a Lyon y desde allí hizo una triunfal gira europea por las cortes de Viena, Praga, Dresde, Berlín y San Petersburgo. Nunca guardó buena imagen de la revolución: “Las mujeres reinaban entonces, la revolución las sepultó”, escribió en una de sus frases más lapidarias. La vida de Vigée-Le Brun es un relato de superación, resistencia y reconocimiento.

Linda Nochlin fue la primera historiadora en rescatar, en 1976, a la artista que tuvo que aprender a dibujar la figura humana utilizando a sus hermanos y a su madre, en ocasiones desnuda, como modelos, porque las lecciones estaban vetadas a las mujeres. En 1783 fue admitida en la Academia de Pintura y Escultura gracias a la intervención real, y evitó la guillotina unos años después. Escribió que nunca perdió su “pasión innata”: “La obligación de dejar los pinceles por unas horas aumentaba mi amor por el trabajo”.