domingo, 22 de diciembre de 2019

ARTE PREHISTÓRICO. Para qué pintaban los primeros humanos

¿Para qué pintaban los primeros humanos?


El descubrimiento de la obra de arte figurativo más antigua del mundo enciende el debate sobre las motivaciones de sus autores



pinturas rupestres
Los arqueólogos Maxime Aubert y Adam Brumm posan bajo la obra de arte figurativo más antigua del mundo, en la isla de Célebes (Indonesia).

En los cajones que abre Begoña Sánchez Chillón hay un mundo que ya no existe, el último testimonio de una aventura memorable. Entre 1912 y 1936, dos artistas, Juan Cabré y Francisco Benítez, recorrieron España en burro en busca de las primeras obras de arte de la humanidad, elaboradas hace decenas de miles de años sobre lienzos de roca. “Muchas de las pinturas rupestres han desaparecido. El único testigo es esta colección”, explica la bióloga en los archivos del Museo Nacional de Ciencias Naturales, en Madrid. Cabré y Benítez se jugaron la vida en riscos de cabras para calcar las pinturas directamente de las originales, con lápiz y papel vegetal. “Aquí tenemos 2.200 de sus calcos. Algunos de ellos todavía tenían tierra de las paredes de las cuevas”, relata Sánchez Chillón.
Hace apenas una semana, un equipo de arqueólogos australianos anunció el descubrimiento en una caverna indonesia de la obra de arte figurativo más antigua del mundo: una pintura de ocho siluetas humanas cazando jabalíes y búfalos. El autor, la autora o los autores pintaron la escena hace al menos 43.900 años. Eran personas que ya tenían la capacidad de inventar historias de ficción y quizá también un pensamiento mágico. O incluso religioso. Quizá tenían ya sus propios dioses. La nueva pintura de Indonesia plantea muchas preguntas. Y en los centenarios calcos de Cabré y Benítez puede haber algunas respuestasFrancisco Benítez y su ayudante Jaime Poch calcan una pintura rupestre en la Cueva de la Araña, en Bicorp (Valencia), en 1920.

Francisco Benítez y su ayudante Jaime Poch calcan una pintura rupestre en la Cueva de la Araña, en Bicorp (Valencia), en 1920.

“El arte rupestre es el primer lenguaje, la primera forma de transmitir conceptos, con vocación de perdurar. La gran pregunta es qué conceptos eran”, explica el arqueólogo Marcos García Diez, de la Universidad Complutense de Madrid. Los prehistoriadores llevan lanzando hipótesis desde 1879, cuando la niña María Sanz de Sautuola, de ocho años, descubrió los asombrosos animales pintados en la cueva cántabra de Altamira. “Parecía que las rocas bramaban. Allí, en rojo y negro, amontonados, lustrosos por las filtraciones de agua, estaban los bisontes, enfurecidos o en reposo. Un temblor milenario estremecía la sala”, escribió medio siglo más tarde el poeta Rafael Alberti.
Tras la polémica inicial sobre su autenticidad, Altamira —pintada desde hace 35.000 hasta hace 15.000 años— pasó a ser conocida como la Capilla Sixtina paleolítica. En 1903, el arqueólogo francés Salomon Reinach lanzó una de las primeras teorías: los habitantes de las cavernas pintaban animales para propiciar la caza, en una especie de ritual de vudú. La idea duró décadas, pero hoy chirría, según advierte García Diez con un ejemplo: la espectacular cueva guipuzcoana de Ekain parece un templo dedicado a los caballos, con decenas pintados hace unos 15.000 años en sus paredes de roca. Pero en su suelo no se encontraron huesos de equinos cazados, sino de ciervos y cabras.


Caballos pintados hace unos 15.000 años en la cueva de Ekain, Guipúzcoa.
Caballos pintados hace unos 15.000 años en la cueva de Ekain, Guipúzcoa.

En medio de sus periplos en burro por España, en 1915, el artista Juan Cabré también elucubraba sobre el posible significado de aquellas pinturas que iba calcando de roca en roca. “¿Qué harían allí tales gentes y por multiplicados días? Pues vivían de la caza: pensar en ella, en los medios de conseguirla y en prepararlos”, escribió. Aquella idea de la decoración por aburrimiento también ha muerto. “El arte por el arte fue otra de las primeras teorías y hoy se rechaza”, explica García Diez, que está a punto de publicar el libro El arte. Las primeras imágenes (Diario de Atapuerca), sobre la aparición de la iconografía.

"El arte por el arte fue una de las primeras teorías y hoy se rechaza", explica el arqueólogo Marcos García Diez
Begoña Sánchez Chillón abre otro de sus cajones, con la ayuda de Mónica Vergés, la responsable del Archivo del Museo Nacional de Ciencias Naturales. Enseguida asoman figuras esquemáticas de mujeres con una vulva gigante y hombres con un gran pene colgando. “Esta es una de las primeras escenas de parto de la prehistoria”, afirma Sánchez Chillón señalando una de las formas femeninas, con otra figurita entre sus piernas.
Lo que muestra la bióloga es un dibujo elaborado hace un siglo durante una de las expediciones en burro de Francisco Benítez, pero el original fue realizado hace unos 6.000 años en Peña Escrita, un abrigo de roca a más de 900 metros de altura en Fuencaliente (Ciudad Real), en plena Sierra Morena. Allí se encuentran las primeras pinturas rupestres documentadas en España, un siglo antes que Altamira. Un cura, Fernando López de Cárdenas, las encontró durante una excursión en busca de minerales en 1783. Las habilidades artísticas de los humanos prehistóricos eran tan inesperadas que el sacerdote clasificó esos garabatos de vulvas y penes como “jeroglíficos de gentiles”, posiblemente fenicios o cartagineses.


De izquierda a derecha, la conservadora Begoña Sánchez Chillón, la archivera Mónica Vergés y sus ayudantes Cecilia Gimeno y Piluca Rodríguez observan el dibujo del parto de Peña Escrita (Ciudad Real).
De izquierda a derecha, la conservadora Begoña Sánchez Chillón, la archivera Mónica Vergés y sus ayudantes Cecilia Gimeno y Piluca Rodríguez observan el dibujo del parto de Peña Escrita (Ciudad Real).

En Peña Escrita, las enigmáticas figuras suelen repartirse en parejas de una mujer con un hombre. Esa dualidad también está detrás de una de las hipótesis más atrevidas e inquietantes sobre el significado del arte paleolítico: la teoría estructuralista, defendida por el prehistoriador francés André Leroi-Gourhan en la segunda mitad del siglo XX. Según sus estadísticas, las pinturas rupestres no se distribuían de manera aleatoria, sino que formaban estructuras binarias, con la pareja caballo-bisonte como representación de la dualidad masculino/femenino. Sus trabajos abrieron la puerta a interpretar las pinturas como unas mismas narraciones mitológicas repetidas en diferentes cuevas.
“Todas estas hipótesis pueden ser parcialmente válidas en algunos casos. El arte rupestre es un lenguaje visual que tendría un significado contingente en función de la coyuntura”, opina el arqueólogo Roberto Ontañón, director de las Cuevas Prehistóricas de Cantabria. “Lo que está claro es que no pintaban lo que veían. Apenas seis o siete especies animales representan el 90% del panteón paleolítico. No son retratos del natural. Son símbolos. Son los principios estructurantes de una cosmogonía”, zanja. “Pero su significado sigue siendo la pregunta del millón”.
La arqueóloga Inés Domingo, de la Universidad de Barcelona, persigue nuevos enfoques. Los primeros prehistoriadores, explica, acudieron a Australia a finales del siglo XIX en busca de poblaciones aborígenes, consideradas entonces “fósiles vivientes” que podrían confesar por fin el sentido del arte rupestre. Así nació la teoría del totemismo, que postulaba que las pinturas servían para identificarse con un animal y absorber su energía.


Inés Domingo (izquierda) documenta historias orales de una familia australiana.
Inés Domingo (izquierda) documenta historias orales de una familia australiana.

“Pocos se cuestionaban en ese momento que esas premisas eran claramente racistas y negaban la evolución y la historia de unos grupos humanos que viven tan en el presente como nosotros, y que han evolucionado a lo largo de más de 50.000 años”, advirtió Domingo en un artículo científico en 2017. El equipo de la arqueóloga, sin embargo, no renuncia a la llamada etnoarqueología. Su equipo trabaja con dos comunidades aborígenes del norte de Australia, los Kunwinjku y los Jawoyn de la Tierra de Arnhem, que todavía mantienen conexiones con las pinturas rupestres pintadas por sus ancestros.
“En estos grupos, el arte se usa como un medio de comunicación en múltiples contextos. Puede tener un valor sagrado. O puede servir para que un clan se identifique con un animal, igual que el toro de Osborne puede representar a los españoles. También hemos visto que pintaban espíritus malignos en las minas de uranio, para marcar que eran zonas peligrosas. O que pintaban para contar historias, como el momento de la Creación, y se las enseñaban a los niños, igual que nosotros pintamos a los Reyes Magos”, detalla Domingo, que lleva desde 2001 entrevistando a indígenas australianos.
“Si hay algo que nos revela el estudio etnoarqueológico del arte rupestre de la Tierra de Arnhem es la imposibilidad de descifrar el significado del arte de otra cultura sin contar con los conocimientos de los autores”, alertaba en su artículo. “Nunca vamos a llegar a entender el arte paleolítico”, confirma ahora, con voz resignada al otro lado del teléfono.

“Nunca vamos a llegar a entender el arte paleolítico”, opina la arqueóloga Inés Domingo
Queda un hombre vivo que pintó la cueva de Altamira: Pedro Saura, profesor emérito de Bellas Artes en la Universidad Complutense de Madrid. Entre 1998 y 2001, Saura y su esposa —Matilde Múzquiz, ya fallecida— pintaron con carbón y óxidos de hierro la réplica del techo polícromo que se expone junto a la caverna original. “Los autores eran artistas. Algunos, a la altura de Rembrandt, Velázquez o Picasso. Después de 50 años dentro de cuevas, creo que los autores eran muy profesionales, personajes relevantes”, opina el profesor. Otra de las teorías clásicas sugiere que los pintores eran chamanes, en trance tras danzas rituales o la ingestión de sustancias alucinógenas.
“No hay una Altamira, hay muchas”, subraya el arqueólogo Marcos García Diez, que ha datado las pinturas de la cueva. A lo largo de 20.000 años, explica, hubo una primera Altamira de signos. Después, otra fase de caballos rojos. La tercera etapa fue de cérvidos. Y la última, de bisontes, hace unos 15.000 años. Lo que vemos ahora son esas fases solapadas.
“Hace unos 15.000 años, las cuevas del norte de España y del sur de Francia se llenaron de bisontes. Son lenguajes narrativos. Y los lenguajes narrativos son ideologías. Y las ideologías se distinguen en los territorios”, sostiene García Diez. Es su hipótesis favorita: la creación de símbolos para identificar al grupo y marcar su terreno. “Es la explicación más natural”



domingo, 24 de noviembre de 2019

Ceija Stojka en el Museo Reina Sofía de Madrid

Memoria del árbol

Ceija Stojka transfirió a la pintura sus recuerdos de una infancia feliz hasta la aniquilación de la población romaní en los campos de exterminio

'Sin título' (2006), de Ceija Stojka. Ver fotogalería
'Sin título' (2006), de Ceija Stojka.
¿Recuerdan las paredes de roble cuando tenía hojas? Y los maderos cosidos con alambres de espino, ¿reconocen cuando transportaban la savia por sus tubos leñosos? Las preguntas del poeta sólo encuentran respuesta en la inocencia. Siendo niña, Ceija Stojka (Kraubath, 1933-Viena, 2013) sobrevivió a más de dos años de campos de exterminio, primero en Auschwitz-Birkenau (1943-1944, cuando se le tatuó en el brazo el número Z6399 que la designaba como romaní), luego trasladada con su madre y su hermana a Ravensbrück (de julio a diciembre de 1944) y por fin en Bergen-Belsen, el último mortuorio de la solución final, donde los prisioneros eran hacinados sin agua y sin comida en el mismo cercado en el que se amontonaban los cadáveres. En medio de aquella agonía sin nombre, la naturaleza puso voz a la poesía, regaló las imágenes sin pedir nada a cambio ante la pachorra de Dios (“la larga mirada a la calma de los dioses”, inscrita en la tumba de Paul Valéry).
La pequeña sobrevive masticando la savia de las ramas y plantas que encuentra entre miles de cuerpos vaciados, pellejos sujetos a calaveras (“lo profundo es la piel”, pero mejor no imaginar por qué carecen de entrañas). ¡Claro que la naturaleza recuerda! Y para Stojka, el pensamiento es recompensa. La savia es más fuerte que la sangre y recorre las escenas de felicidad y hecatombe en sus pinturas y dibujos a tinta que dan cuerpo a la retrospectiva Esto ha pasado, en el Reina Sofía, en donde sorprende un detalle recurrente que asoma en la parte inferior de cada cuadro, a modo de firma: es una ramita de árbol y a su lado el nombre y el apellido, Ceija Stojka, con la fecha de un tiempo transferido: 1993, 1995, 2003, 2011…
Sobre el porrajimos (la lucha contra la “plaga de los gitanos” declarada por el Reich) poco se ha escrito y, aún menos, representado. Terminada la guerra, la propia Stojka borró todo signo de su gitanidad para no ser discriminada y, tras conseguir el permiso para ejercer su oficio de vendedora de alfombras, se tiñó de rubio para parecerse a las austriacas payas, callando el genocidio zíngaro que la Shoah eclipsó. Durante 35 años se autoimpuso un estricto silencio, aunque por su brazo tatuado iba circulando la savia nutricia que iba a explotar en color. Llegado el momento, a finales de los ochenta, siendo una mujer madura y tras haber criado a tres hijos, prácticamente analfabeta pero rebosante de oralidad, ­Stojka encontró una interlocutora, Karin Berger, quien la animó a desentrañar sus recuerdos en cuadernos, cartones y telas. Con pinceles o con sus propias manos, decidió expresar los recuerdos de su antigua vida familiar, cuando recorría en caravana los campos de girasoles de Austria, hasta su experiencia en primera persona del exterminio nazi. Es cuando los girasoles mudan los pétalos por los rizos de oro de guardias y guardianas de prisiones, mezclados con las sombras de la infamia, el negro de los cuervos y las fauces de los perros adiestrados, más rabiosas que lo que su propia genética les marca.
No hay forma de enfrentarse a una obra como la de Ceija Stojka sin estos preludios que llaman a la puerta de la inteligencia. La pregunta que surge para cualquier panegirista de un trabajo artístico tan renuente a la clasificación es cómo convencer al público(s) sobre la conveniencia de acudir a una exposición de un género maldito como es el exterminio de la población judía, romaní, homosexual y maleante, a riesgo de salir emocionalmente perjudicado. El escalofrío se repite en otra exposición contemporánea a la de la artista austriaca en la misma planta del museo, en concreto la de un segmento de la muestra Musas Insumisas, el vídeo de Delphine Seyrig Inês (1974), sobre la brutal tortura (teatralizada) a una presa política, Inês Etienne Romeu, que finalmente consiguió escapar de una cárcel de Brasil.
Pues bien, a la prenda del árbol (esa ramita salvavidas) uno debe encomendarse mientras camina por las salas que recomponen por capítulos una vida estigmatizada, que comienza con las vivencias felices de Stojka como miembro de un clan de comerciantes de caballos que se vio obligado a hacerse sedentario por las leyes nazis que llegaron después de la anexión de Austria a Alemania. Son pinturas que celebran el nomadismo con colores estridentes y un trazo ingenuo en escenas de costumbres y ejercicios campestres completadas con frases escritas en la parte inferior del cuadro o en el reverso, donde la autora deja constancia de la historia de la saga familiar. Llega el momento de la cacería y la Gestapo, la misma que “pintó” el Guernica, se hace con el rango mayor de artista de la ignominia. Stojka usa sus manos (mezcla pintura y arena) o el pincel y la tinta para transferir sus recuerdos al cuadro, son imágenes pese a todo (Georges Didi-Huberman) frente a la eliminación de todo vestigio del crimen.
Una obra sin título y sin datar de Ceija Stojka. ampliar foto
Una obra sin título y sin datar de Ceija Stojka.
Banderas con esvásticas se confunden con los cielos de fuego o son una gran gota de sangre en el blanco del paisaje invernal. El interior de los barracones es un pentagrama con las notas mudas de los cuerpos desnudos, Auschwitz “era un lugar sin fruta” y en su lugar los ojos sin cuerpos se ocultan de los uniformes pardos entre el ramaje. Cuervos y águilas, pechos sin gota de leche, bocas trituradoras y fosas saturadas de cadáveres apilados forman un gigantesco pájaro humano (Sin título, 2003). No es el apocalipsis, sino un fénix en llamas, imagen perfecta del maravilloso poder de la resistencia.
Ceija Stojka. Esto ha pasado. MNCARS. Hasta el 23 de marzo.