martes, 25 de julio de 2017

El Renacimiento en Venecia. Triunfo de la belleza y destrucción de la pintura. Museo Thyssen. Madrid










El Renacimiento en Venecia. Triunfo de la belleza y destrucción de la pinturaComisario: Fernando Checa Cremades
Del 20 de junio al 24 de septiembre de 2017, el Museo Thyssen-Bornemisza presenta El
Renacimiento en Venecia. Triunfo de la belleza y destrucción de la pintura, una exposición

dedicada al arte veneciano del siglo XVI, su primer gran periodo de esplendor, con casi un





centenar de obras de artistas como Tiziano, Tintoretto, Veronés, Jacopo Bassano, Giorgione o

Lotto. Desde el uso del claroscuro y el color como fundamentos de la representación de la figura y
del espacio, hasta una atención a la naturaleza más directa que la que proponía la tradición
clásica, de concepción más idealista, la muestra pretende demostrar cómo los medios específicos
de la pintura veneciana plantearon una idea de belleza plenamente renacentista al mismo nivel, y
a veces incluso superior, a lo que se hacía en Roma, Parma o Florencia.
Comisariada por Fernando Checa Cremades, catedrático de Historia del Arte de la Universidad
Complutense, la muestra aborda la presentación de este foco artístico, esencial para la
comprensión de la historia de la pintura, desde una meditada selección de temas ejecutados por
los maestros que le dieron fama universal, en lugar de hacerlo desde el ámbito cronológico o
estilístico. Para ello presenta un extraordinario conjunto de pinturas, y algunas esculturas,
grabados y libros, procedentes de colecciones privadas y museos como la Galleria dell´Accademia
de Venecia, el Museo Nacional del Prado de Madrid, la Fondazione Accademia Carrara de
Bérgamo, el Palazzo Pitti de Florencia, el Kunsthistorisches Museum de Viena, la Galeria degli
Uffizi de Florencia, la Biblioteca Nacional de España, el Musée du Louvre de París o la National
Gallery de Londres.

Triunfo de la belleza

Tas siglos de mirar a Oriente, incluso a China (ahí están los famosos viajes de Marco Polo), la caída de Constantinopla a manos de los turcos en 1453, la derrota de la Serenissima Repubblica en Agnadello en 1509 contra las fuerzas de Luis XII de Francia y el desplazamiento de las rutas

comerciales tras el descubrimiento de América en 1492, cambiaron la geografía política, económica y comercial de Europa. Venecia corría el peligro de quedar en una posición periférica. Fue entonces, sin embargo, cuando empezó un despertar artístico, especialmente en pintura y arquitectura, que colocó a la ciudad en el centro del debate, primero italiano y, desde finales del XVI y sobre todo en el XVII, en el contexto europeo. Venecia comenzó a crear su propia idea de belleza y se convirtió en la principal alternativa a los paradigmas estéticos florentinos y romanos encabezados por Rafael Sanzio y Miguel Angel Buonarrotti. Mientras la corriente clásica o toscano-romana se caracterizaba por una mayor consideración hacia lo intelectual a través del dibujo (disegno), concebido previamente en la mente (idea), los artistas de la escuela veneciana eran superiores en el manejo del color y de los valores visuales y sensuales de la pintura. 
La destrucción de la pintura
Como sucedió en otras partes de Italia, el momento clasicista duró poco. En las obras tardías de 
Tiziano, Tintoretto, Veronés y Bassano, se puede apreciar cómo, en mayor o menor medida y 
siempre con soluciones muy diversas, cada uno de estos artistas experimentó un viraje hacia un 
tipo de pincelada “abierta”, suelta, a menudo calificada de pintura de manchas o borrones, que no solo cuestionaba los valores del disegno como una de las partes esenciales de la pintura, sino la 
propia idea de la belleza renacentista basada en la idealización de la realidad. 
No se trataba solo de un tema formal, esta técnica servía para dotar de una mayor expresividad y vida a las figuras y los paisajes, a la naturaleza, algo típico del Barroco. De ahí era fácil pasar a la 
exaltación de los elementos dramáticos de la imagen, tan frecuentes en la pintura de las décadas de los sesenta y setenta de Jacopo Bassano, Tintoretto y sobre todo Tiziano, como el Cristo crucificado (h.1565), inmejorable ejemplo de las cualidades dramáticas de la obra final del maestro, con el que se cierra la exposición.







Crítica de la exposición. Diario El País

En la frontera del 1500, Venecia estaba al borde del aislamiento político y económico. La caída de Constantinopla a manos de los turcos y el cambio de las rutas europeas de comercio después del descubrimiento de América en 1492, entre otros factores, habían trastocado el poderoso papel que ostentaba la ciudad. Pero como tantas veces en la historia, los malos tiempos políticos fueron un estímulo para la creación artística. Los venecianos buscaron lo que ahora se llamaría una marca propia y decidieron convencer a todos de que su ciudad era la más bella del mundo y su calle principal (el Gran Canal) la más deslumbrante. Los pintores y arquitectos, apoyados por los mecenas, recurrieron como nunca antes a poner luz, color y sensualidad sobre modelos bellísimos, hombres y mujeres, inspirados en la cultura clásica. Bajo el título de El Renacimiento en Venecia. Triunfo de la belleza y destrucción de la pintura, el Museo Thyssen muestra hasta el 24 de septiembre la que será su gran exposición de verano con 89 obras prestadas por grandes colecciones internacionales, gran parte de ellas nunca expuestas en España. Fernando Checa, comisario de la exposición, asegura que la suma de esta muestra junto a la formidable colección de la escuela veneciana del Prado convertirá a Madrid por unos meses en el mayor escaparate de pintura veneciana del mundo.

A modo de introducción, Checa ha instalado una vista de Venecia realizada por Jacopo de Barbari en 1500. Era la primera vez que la ciudad se representaba a vista de pájaro de manera realista. La xilografía está acompañada de tres retratos de magistrados venecianos, representantes del cosmopolitismo y el lujo, firmados por Gentile Bellini, Tintoretto y Veronés, tres de los grandes artistas que ilustran este periodo glorioso del arte veneciano.



Empieza así un recorrido en el que las obras están dispuestas para disfrutarse con el placer de la pura mirada. El comisario explica que ha tardado cuatro años en reunir las obras que se exhiben y que no falta nada esencial para ilustrar el periodo. Ha conseguido pinturas, esculturas y libros de museos como la Galleria dell ́Accademia de Venecia, el Museo Nacional del Prado de Madrid, la Fondazione Accademia Carrara de Bérgamo, el Palazzo Pitti de Florencia, el Kunsthistorisches Museum de Viena, la Galeria degli Uffizi de Florencia, la Biblioteca Nacional de España, el Musée du Louvre de París o la National Gallery de Londres. Y todo ello unido a una decena de piezas maestras propiedad del Thyssen de este período, como El Paraiso (hacia 1588) de Tintoretto y Joven caballero en un paisaje (hacia 1505) de Vittore Carpaccio.
El ideal de belleza encarnado por hombres jóvenes melancólicos, elegantemente vestidos, pintados por Veronés, Giorgione, Lorenzo Lotto o Giovanni Cariani, dan paso a una galería de hermosas mujeres retratadas por Palma el Viejo, Giovanni Cariani, Sebastiano del Pombo y Tiziano, del que se exponen tres versiones de la Magdalena Penitente. Proceden del Ermitage de San Petersburgo, del Museo di Capodimonte de Nápoles y de una colección particular de Barcelona. “En ese afán de vender belleza”, explica el comisario, “los artistas se fijan en el canon del mundo clásico. Son retratos ideales que no corresponden a ninguna mujer en concreto aunque entre ellas pueda haber nobles o prostitutas como inspiradoras de la obra”.
La exposición avanza por obras que dan idea del brillo del poder reflejado en las armaduras de los soldados y los impresionantes interiores de los edificios. El retrato de Francesco Maria della Rovere, pintado por Tiziano hacia 1536 es una de las piezas más notables de este apartado.
La belleza ideal alcanza su apogeo en el apartado destinado a la naturaleza y al paisaje. “Las escenas campestres tienen aquí una inspiración literaria. En la propia ciudad de Venecia no hay campos”, recuerda el comisario, “por mucho que veamos rebaños de ovejas o prados de cultivo”. Advierte también el experto que las famosas vistas de Canaletto o Guardi tampoco tienen que ver con la realidad. “Son hechas para ser contempladas por gente que no vive en Venecia, para lo que ahora llamaríamos turistas”.
¿Cuál sería a juicio del comisario la gran joya de la exposición?. “Diría que todas las obras” responde sonriente el exdirector de El Prado. “Forzado a escoger señalaría El rapto de Europa (1573) de Paolo Veronés, una obra cargada de mitología y belleza, prestada por el palacio Ducal, de donde ha salido en escasas ocasiones”.