domingo, 9 de diciembre de 2018

Max Beckmann, el exorcista. Manuel Vicent. El País

Max Beckmann, el exorcista


El expresionismo de este artista cobra actualidad en los cuerpos mutilados de cada telediario

'Los argonautas', la obra que Max Beckmann terminó el mismo día de su muerte de un ataque al corazón, el 27 de diciembre de 1950, en el Thyssen.
'Los argonautas', la obra que Max Beckmann terminó el mismo día de su muerte de un ataque al corazón, el 27 de diciembre de 1950, en el Thyssen.
A principios del siglo XX, en los balnearios de Europa los burgueses alegres y confiados tomaban las aguas propicias y bailaban al son de orquestas de violines y trombones, sin saber que fuera de su preservada felicidad el mundo estaba a punto de saltar en pedazos. Algunos artistas fueron los primeros en presagiar esta tragedia. Pablo Picasso había sentenciado: “Cuando una figura no cabe en el cuadro se le cortan las piernas y se colocan a uno y otro lado de la cabeza”. El 28 de junio de 1914, en Baden Baden sonaba un vals bajo los perfumados tilos del parque y en medio de una perfecta armonía, de repente, la orquesta dejó de tocar. Algunos oyentes rodearon a un guardia que en ese momento estaba fijando en un tablón visible un cartel con la noticia de que el archiduque Francisco Fernando, heredero del trono del imperio austrohúngaro, y su mujer habían sido asesinados en Sarajevo.
Nadie dio demasiada importancia a ese hecho, de modo que el vals comenzó a sonar de nuevo desde el mismo compás en que se había interrumpido y aquellos felices burgueses siguieron ejerciendo su exquisita cortesía en los blancos sillones. Nadie supo explicar cómo sobrevino la guerra, pero de pronto aquel espejo de felicidad evanescente se llenó de sangre. La mayoría de pintores expresionistas alemanes, entre otros, George Grosz, Otto Dix, Erich Heckel, Ludwig Kichner y Max Beckmann ya habían presagiado en su obra este descuartizamiento de las figuras de carne y hueso que se avecinaba.
El pintor y escultor alemán Max Beckmann era reacio a que le encasillaran como expresionista. Rechazaba cualquier etiqueta. De hecho, después de la Primera Guerra Mundial, durante la República de Weimar, fue académico de las Artes, gozaba de reconocimiento y prestigio, exponía con éxito en las mejores galerías, impartía clases en centros oficiales y era agasajado por la crítica y por los representantes de la cultura establecida. Pero pasó el tiempo y, en abril de 1936, Beckmann se encontraba en Baden Baden, donde se celebraba también una fiesta y los acordes del vals sonaban bajo los mismos tilos en flor de 1914. Desde allí escribió a su segunda mujer, Matilde von Kaulbach, más conocida por Quappi, una carta llena de amarga ironía en la que describía el tenso ambiente que se respiraba entre los huéspedes del balneario: “Hoy vuelve a ser un radiante día de primavera en honor del Führer, con muchas esvásticas ondeando. Qué fantástico poder vivir este momento”. En poco tiempo, Beckmann pasó de recibir toda la veneración a ser acusado de bolchevique cultural por el Gobierno.
En 1937, comenzó el ataque sistemático del ministro de Propaganda del Tercer Reich, Joseph Goebbels, contra el arte moderno. Muchos cuadros de Beckmann fueron descolgados de los museos alemanes y sirvieron de tope en las puertas de los despachos de los burócratas del nacionalsocialismo, mientras se preparaba la gran exposición del arte degenerado en Múnich, donde los cuadros de los expresionistas se presentaron mal colgados, torcidos y arrumbados, de forma que el público pudiera someterlos a burla y desprecio. A partir de ese momento, Beckmann decidió abandonar Alemania y expresó ese propósito a algunos amigos exiliados. Hedda, una de las hermanas de Quappi, residente en Ámsterdam, a la sazón de paso por Baviera, simuló un viaje familiar y se los llevó a Holanda. El pintor ya no volvería más a su país. Murió en Nueva York en 1950.
La exposición Beckmann. Figuras del exilio, en el Museo Thyssen-Bornemisza, comisariada por Tomás Llorens, recoge 50 óleos, dos esculturas y una carpeta con 11 serigrafías, realizados por el pintor durante ambos exilios, el interior y el exterior. A la inauguración oficial asistió ayer el presidente de Alemania, Frank-Walter Steinmeier, de visita oficial en Madrid, lo que significa que Beckmann, en su día denostado por los nazis, recobró enseguida con creces la bendición oficial y ha sido exaltado por precios exorbitantes en las subastas, sin perder el efecto corrosivo que tiene de alegoría frente a la danza macabra del mundo de hoy.
La ciudad convierte al ser humano en un ente anónimo sin identidad. De hecho, cada ciudadano camina por la calle con el rostro convertido en un espectro. En esta nueva Babilonia electrónica se agitan los mismos payasos de entonces, las escenas de cabaret político se suceden hoy en los Parlamentos y el circo mediático acrecienta un interminable baile de máscaras.
En la etapa anterior a la Gran Guerra, Beckmann expresó su mundo con figuras redondeadas y con una serie de autorretratos. Luego, bajo el espejo evanescente de los felices años veinte, los burgueses decidieron olvidar la pasada carnicería y volvieron a bailar el vals y, mientras esta alegre fiesta sucedía, las criaturas de Beckmann comenzaron a adquirir una contorsión corporal casi diabólica, que no era sino la premonición de otra inminente tragedia que llegaba con la ascensión de Hitler al poder. Poco después, las imágenes de los campos de concentración convirtieron a Beckmann en un exorcista. El carnaval de violencia continúa, de forma que hoy el expresionismo de Max Beckmann se hace actualidad en cada telediario con

Max Beckmann, el gran cronista de la Alemania del XX

El Museo Thyssen reúne 52 obras del pintor, prestadas por colecciones de todo el mundo

Un visitante contempla este miércoles la obra 'Quappi con suéter rosa', en el Museo Thyssen.
Un visitante contempla este miércoles la obra 'Quappi con suéter rosa', en el Museo Thyssen.
Autor de una obra vitalista, radical, sensual, erótica, violenta y cruel, Max Beckmann (Leipzig, 1884-Nueva York, 1950) utilizó las metáforas para narrar la trágica historia del siglo XX. Dos guerras mundiales y un exilio que le llevaría a deambular por Europa y Estados Unidos para nunca más volver a su tierra. Considerado como el artista más representativo de la cultura alemana es, sin embargo, un creador casi ausente en las colecciones españolas (el Thyssen tiene tres obras más otra de Carmen Cervera). El Museo Thyssen-Bornemisza ha inaugurado Beckmann. Figuras del exilio, primera que se le dedica en España desde hace dos décadas y en la que se reúnen 52 obras de coleccionistas de todo el mundo, principalmente de Alemania y EE UU. Se podrá ver en Madrid hasta el 27 de enero y, a partir del 21 de febrero, en el CaixaForum de Barcelona.
Tomás Llorens, exdirector del Thyssen, es el comisario de esta muestra a la que ha dedicado los cinco últimos años. Por Beckmann se adentró en los estudios del arte y este es el proyecto más satisfactorio de su larga carrera. La ha ideado en colaboración con Guillermo Solana, director artístico del Thyssen.
Venerado en Alemania, Beckmann no es muy conocido en el resto de Europa. Llorens ha explicado durante un recorrido por la muestra que se salda por fin una deuda con uno de los artistas más fascinantes del siglo XX. Según el experto, Beckmann intentó hacer un arte puramente alemán, quería contar la vida. “Es un gran pintor que se vale de las metáforas para narrar lo malo que le tocó vivir en el XX”. Individualista feroz y enemigo de toda etiqueta, la actitud de Beckmann frente al arte podría compararse a las de Van Gogh, Cézanne y Picasso: hizo en todo momento lo que quiso al margen de las tendencias.
Llorens describe al artista como un hombre afable, atractivo, bebedor y mujeriego que se casó en dos veces. La primera con la soprano Minna Tube, con quien tuvo a su único hijo, y después con la artista Mathilde von Kaulbach, Quappi, modelo de decenas de sus obras, como Quappi con suéter rosa (1932-1934), propiedad del Thyssen.
La exposición está dividida en dos partes. La primera, muy autobiográfica, se centra en Alemania, desde las vísperas de la Primera Guerra Mundial hasta el ascenso del nazismo en 1933. Periodo en el que consigue un gran reconocimiento y que termina con su expulsión de la Escuela de Fráncfort y la llegada de Hitler.
El mismo día en el que se inauguró la muestra de arte degenerado, Beckmann se trasladó a Ámsterdam. De este periodo son los trípticos (se exponen tres de los nueve que se conservan), un formato adoptado de los maestros antiguos alemanes. El hilo conductor del resto es el exilio. Sobre grupos de personajes caricaturizados y de fuerte colorido, la máscara se convierte en la gran protagonista. Tumultos de identidades confundidas abarrotan sus cuadros. Es la metrópolis moderna donde las identidades desaparecen. Finalmente, el mar es el motivo para hablar de la lejanía y del exilio, de lo inconmensurable y lo desconocido. En este apartado destaca su tríptico Los argonautas, que terminó el 27 de diciembre de 1950. Ese mismo día murió de un ataque al corazón en Nueva York.
Mayen Beckmann, nieta del artista y una de las gestoras de su legado, precisó tras recorrer la muestra que su abuelo “era, ante todo, europeo”. “Hay mucha tragedia en su obra, pero también rebosa sensualidad, humor y vida. No todo era tristeza”, afirmó.