domingo, 21 de octubre de 2018

Bartolomé Bermejo en El Museo del Prado. Madrid

Un arte de pintar desconocido hasta entonces

Su magistral uso de la técnica del óleo le permitió dominar el realismo descriptivo, la monumentalidad compositiva, la riqueza cromática y un sentido decorativo casi desconocido hasta entonces


Detalle con el procónsul Daciano (primero a la izquierda) de la  Flagelación de santa Engracia  (hacia 1474-1477). Ampliar foto
Detalle con el procónsul Daciano (primero a la izquierda) de la Flagelación de santa Engracia (hacia 1474-1477). Museo de Bellas Artes de Bilbao
Hoy por hoy aún sabemos poco, demasiado poco, sobre Bartolomé de Cárdenas, también conocido como el Bermejo (h. 1440-1501). (…) La situación resulta especialmente dolorosa habida cuenta de que se trata de un maestro excepcional, una de las figuras más atractivas del escenario pictórico en la España del siglo XV y, más allá aún, de la Europa del Cuatrocientos. Tal afirmación no es ni exagerada ni fruto de un ensimismamiento intelectual. Una atenta contemplación de la veintena de tablas ejecutadas predominantemente por su mano que han llegado hasta nuestros días certifica que nos encontramos ante un pintor dotado de una prodigiosa técnica, capaz de elaborar complejas y fascinantes composiciones que, a menudo, también destacan por la originalidad de sus iconografías y la presencia de elementos muy personales (desde su firma hasta inscripciones en diversas lenguas, entre otras particularidades). (…) Con permiso quizás de Pedro Berruguete y Alejo Fernández, Bartolomé Bermejo es la personalidad artística hispana más poderosa de su época en los reinos peninsulares. (…)

Señas de identidad

El concepto pictórico de Bartolomé Bermejo se fundamenta, en buena medida, en el desarrollo de las potencialidades estéticas de la técnica del óleo, con la que supo concebir una amplia gama de efectos ilusionistas desconocidos por la mayoría de sus coetáneos hispanos. (…) Nuestro pintor se decantó por una virtuosista aplicación formal y conceptual de los pigmentos oleosos con la idea de evocar la impresión de transparencia y la sugestión de volumen, y para dotar a los objetos de un brillo y una luminosidad de gran sutileza, ya sea en las texturas de las indumentarias, el bruñido de los metales o los fondos de los paisajes. En definitiva, se sirvió de la técnica para alcanzar unos efectos ilusionistas semejantes a los que los pintores flamencos, desde la época de Jan van Eyck y Robert Campin, habían logrado desarrollar hasta cotas nunca antes alcanzadas. (…)
El catálogo de refinamientos ópticos de Bartolomé Bermejo es muy extenso. En primer lugar, atendiendo a la cronología, podemos señalar la deslumbrante armadura que ciñe el San Miguel de Tous, con una Jerusalén celestial de altas torres reflejada en el peto, un artificio que, a partir de Jan van Eyck, se convirtió en una cita recurrente en la pintura flamenca. (…) Mención especial merecen las suntuosas piezas de orfebrería, ricas en materiales y piedras preciosas, auténtico topos de la pintura bermejiana. Pocas son las composiciones en las que no encontramos una corona, una espada, una mitra, una cruz procesional, un báculo o un cáliz, siempre descritos con la fascinante verosimilitud visual que desprenden el esplendor del oro y las piedras preciosas. (…)

Juegos visuales

Al pintar encima de un color con otro mucho más diluido en aceite de linaza, la técnica al óleo también ofreció la posibilidad de lograr sorprendentes efectos de transparencia. Bermejo se sirvió de ellos de manera repetida y con unos resultados de nuevo absolutamente únicos entre sus coetáneos hispanos. Solo cabe fijarse en las gasas reproducidas en forma de perizonium [perizoma o paño de pureza, que cubre los genitales de cuerpos desnudos masculinos y, en especial, de Cristo] en la Piedad Desplà y en el Cristo de la Piedad de Peralada, en los tules que complementan los tocados y coronas de santa Engracia y en las capas y velos que portan varias figuras en los episodios del Cristo Redentor, hoy expuestos en el Museu Nacional d'Art de Catalunya (MNAC). En estos últimos, despunta la delicada reproducción de la enorme pero suave gasa que cubre el cuerpo de Cristo y los tejidos que, con igual destreza, velan-desvelan el pubis de Adán y Eva. (…)
Detalle del báculo del  Santo Domingo de Silos entronizado como obispo  (hacia 1474-1477). ampliar foto
Detalle del báculo del Santo Domingo de Silos entronizado como obispo (hacia 1474-1477). Museo Nacional del Prado
Además de la espectacular reproducción de las piedras preciosas, Bermejo también buscó evocar la textura de todo tipo de piedras pulidas. (…) Algo similar a lo que también ocurre con los libros. Los lujosos manuscritos (biblias, salterios, evangelios, regla monástica…) son otro de los elementos recurrentes en las pinturas bermejianas y, a veces, su reproducción es casi un trompe-l’oeil.
Por último, no sería justo cerrar esta sintética recapitulación de juegos visuales sin hablar de la atenta y minuciosa recreación de algunos elementos de la naturaleza. Aunque ya se manifiesta de manera parcial en pinturas realizadas a partir de los años sesenta del siglo XV, lo cierto es que su expresión más completa y asombrosa tuvo lugar en obras del periodo final bermejiano, en concreto a partir del tríptico de Acqui Terme y la Piedad Desplà. Es en estas obras, y especialmente en la segunda de ellas, donde Bermejo despliega todas sus habilidades técnicas con el objetivo de recrear amplios y sugestivos paisajes en los que destaca, en primer término, una extraordinaria variedad de plantas, insectos y reptiles. Más allá de su inspiración en repertorios de modelos, no deja de sorprendernos su detallada e ilusionista representación.

Un cromatismo de verdes y rojos

El cromatismo intenso fue una de las cualidades que hicieron que las pinturas de los maestros flamencos (…) obtuvieran un especial predicamento entre los clientes hispanos. En el caso de Bermejo sucedió algo similar. (…) Solo hay que comprobar cómo materializa su espectacular paleta de verdes y de rojos –de bermejos, en todas sus gamas–, de violetas y dorados, para darnos cuenta de que nos hallamos ante un pintor que domina técnicas –como la aplicación de lacas o de transparencias– que le permiten aumentar la sensación de profundidad y brillantez de los colores. Ya sean vírgenes o verdugos, santas o donantes, las figuras de Bermejo lucen una enorme variedad de coloridos en los tejidos de terciopelo, damasco y sedas con los que se adornan, reflejo de algunos de los más selectos productos de lujo del comercio textil mediterráneo. (…)
Si hubiera que escoger un conjunto donde la fantasía cromática y el sentido táctil se conjugan de manera perfecta con la suntuosidad de las indumentarias, este sería el retablo de Santa Engracia (hacia 1472-77). Aquí la mayoría de las sofisticadas vestimentas, complementos y objetos se inspiran, a veces de manera fiel, a veces libremente, en producciones características de la refinada cultura material nazarí. De ahí procede la túnica que porta el despiadado Daciano, con sus afiligranadas decoraciones pseudocúficas, pero sobre todo el turbante a base de textiles con bandas y flecos, las correas y las botas de piel. De origen andalusí son también, entre otros elementos, los arreos de montar –con borlas y placas de enjaezamiento– y la espada jineta de uno de los verdugos en el Arresto de santa Engracia. Gracias a una efectista utilización de la técnica del óleo, el drama del martirio de la santa se transforma en un fastuoso y brillante espectáculo visual. Un lujo pagano con el que también se pretende subrayar el carácter negativo, casi diabólico, del gobernador romano y sus acólitos.
Detalle con Adán, Eva, el rey David y otros personajes del Antiguo Testamento en el  Descenso de Cristo al Limbo  (hacia 1475).
Detalle con Adán, Eva, el rey David y otros personajes del Antiguo Testamento en el Descenso de Cristo al Limbo (hacia 1475). Museu Nacional d'Art de Catalunya
La búsqueda de un lenguaje en el que realismo e ilusionismo fueran de la mano condujo a Bermejo a algo que solo estaba al alcance de los pinceles más dotados: conseguir una sutil y equilibrada combinación entre figuras al óleo y fondos dorados. Esta mélange entre lo nuevo y lo viejo es la que el pintor cordobés utilizó en las composiciones centrales de los retablos de San Miguel de Tous, Santa Engracia y Santo Domingo de Silos. Y cabe reconocer que el resultado es espléndido: la colocación de elementos entre el fondo dorado y las figuras encarnadas de los santos –la capa carmesí de san Miguel; las grandes cátedras de taracea en el caso de santa Engracia y santo Domingo– amortiguan el contraste visual entre ambos registros: el áurea sacral, sobrenatural, se conjuga con la percepción humana, física, de los personajes. Una circunstancia que en la composición dedicada al silense se manifiesta de manera aún más compleja. Si nos fijamos bien, la imagen del santo ha quedado reducida a la cabeza y las manos; el resto de la composición es el resultado de una superposición de dorados con los que se diseña, primero, la gran capa pluvial; luego, las microarquitecturas del trono de taracea; después, el fondo y, para acabar, las propias arquitecturas que conforman la crestería y las entrecalles de la fábrica del retablo.

Ilusionismo virtuoso

La pintura de Bermejo es mucho más que un ejercicio de pirotecnia virtuosista. Frente a la propuesta escenográfica (basada en los dorados, embutidos, etcétera) de la mayoría de sus colegas hispanos, el maestro cordobés se enfrenta a uno de los eternos tour-de-force de la pintura desde época clásica: tratar de evocar la realidad y la experiencia sensible. Lo hace mediante el concepto del "realismo sustitutivo" de raíz flamenca, a través de la recreación de una auténtica galería de objetos y motivos que, merced a un espléndido dominio de la técnica del óleo, reproduce de manera ilusionista, con la brillantez del colorido, la idea de transparencia, el pulido del esmalte, los metales bruñidos y los efectos de esplendor que desprenden las piedras preciosas, el oro o la plata. El efecto es tan potente que, en ocasiones, parece desplazar en importancia a los propios temas de las composiciones y convierte a las pinturas en una experiencia empírica, de los sentidos. El ojo que mira va de aquí a allá, asombrado ante la riqueza de detalles y efectos pero, sobre todo, ante una constante demostración de virtuosismo técnico, de una sorprendente capacidad para transformar las pinturas en un fascinante juego de materia e ilusión. Como si de un auténtico prestidigitador de imágenes se tratase, Bermejo busca sorprendernos y confundirnos una y otra vez. Y a fe que muchas veces lo consigue.
Joan Molina Figueras es el comisario de la exposición ‘Bartolomé Bermejo’ en el Museo del Prado. Texto extraído de su catálogo general.

El periplo vital de un virtuoso de la pintura

Mientras Bartolomé Bermejo incumplía contratos, dejaba obras sin concluir y su trabajo era supervisado para evitar desplantes, su fama crecía hasta convertirlo en un referente en su época

Las exposiciones tienen la virtud de reunir un conjunto de obras que, de otra forma, requerirían un buen número de viajes para poder verlas todas. También ponen el foco en artistas que, si hasta ese momento son casi unos desconocidos, les acaba convirtiendo en populares. Es lo que le ocurre a Bartolomé de Cárdenas, el Bermejo, con esta muestra del Prado que delimita un periplo vital de apenas 30 años, entre 1468 y 1501, y convierte a este cordobés en un virtuoso de la pintura y en el pintor más destacado de la Corona de Aragón del momento y el mayor representante de la influencia flamenca en España.
Se conocen apenas unos 20 documentos sobre Bermejo (cuando de otros artistas como Lluís Borrassà, Jaume Huguet y Bernat Martorell se poseen centenares) que aportan luz sobre su vida y su actividad profesional. No se sabe, con exactitud, cuándo ni dónde nació, dónde adquirió su impactante técnica y si realizó posibles viajes profesionales al extranjero. Tampoco si su difícil personalidad tuvo que ver con un posible origen judeoconverso, tal y como pone en evidencia su relación con alguno de sus clientes y el hecho de que su mujer, Gracia de Palaciano, fuera en 1486 penitenciada por la Inquisición "porque no se sabía el Credo y practicaba ceremonias judaicas".
Pero sus magníficas obras y el lugar y los clientes para los que las realizó permiten a estudiosos como Joan Molina Figueras, profesor de la Universidad de Girona y comisario de la exposición del Prado, conocer algo más de "su personalidad compleja, inquieta y difícil, poco acomodaticia e insatisfecha" que parece reflejar "su constante itinerancia y la dificultad por asentarse en una ciudad de forma estable o dirigir su propio taller".

El pintor itinerante

La primera noticia sobre Bermejo lo sitúa en 1468 en Valencia, donde realizó un Retablo de San Miguel para la iglesia parroquial de Tous, del que se conserva la tabla central que se expone por primera vez en España. Comprada antes de 1900 por el magnate de minas de diamantes Julius Wernher y desde 1995 propiedad de la National Gallery de Londres, la pintura es una de las más emblemáticas del repertorio bermejiano, donde aparece ya reflejada su personalidad artística: la gran precisión, la monumentalidad compositiva, la riqueza cromática y un agudo sentido decorativo. Es, además, su primera pieza documentada. Se conoce un recibo firmado en Xátiva en 1468 en la que se dice que se concibió para presidir el retablo mayor de Tous, sufragado por el noble y mercader Antoni Joan de Soler (el elegante donante que aparece arrodillado en la pintura), que mantuvo un estrecho contacto con la corte y que encargó este san Miguel con la idea de asegurarse su salvación. "Tenía motivos puesto que en diversas ocasiones, algunas junto a su hermano Perot, practicó el corso en las costas valencianas y provenzales, asaltando barcos y robando sus mercancías", explica Molina.
Desde 1474 Bermejo pasa a residir en Daroca (Zaragoza), donde trabaja en dos retablos, el de Santo Domingo de Silos, que no termina, cuya tabla central, realizada toda por él, se conserva en el Museo del Prado; y el de Santa Engracia, cuyas tablas se hallan repartidas en colecciones de Boston, Daroca, Bilbao y San Diego.
En 1479 aparece documentado en Zaragoza, donde realiza obras en colaboración con el pintor Martín Bernat, para el que trabajaba. En 1483 abandonó la ciudad, quizá para evitar problemas con los tri
bunales del Santo Oficio que acabaron condenando a su mujer por judeoconversa, y se estableció en Valencia donde pinta el Tríptico de la Virgen de Montserrat, que se conserva en la catedral de Acqui Terme (Italia), cuyas ­tablas laterales son de Rodrigo de Osona y que encargó el rico comerciante italiano afincado en Valencia, Francesco della Chiesa.
Detalle del  Tránsito de la Virgen  (1468-1476). ampliar foto
Detalle del Tránsito de la Virgen (1468-1476). Staatliche Museen zu Berlin, Gemäldegalerie.

El mejor Flandes fuera de Flandes

En 1486, ya en Barcelona, concursa para pintar las puertas del órgano de Santa María del Mar, que gana Jaume Huguet. En abril de 1490 concluye la obra que el canónigo Luis Desplà le había encargado: La Piedad Desplà, propiedad del Museo de la Catedral de Barcelona, otra de sus obras maestras, que destaca por el patetismo desgarrador de la composición en la que sobresale una Virgen que sostiene a un Jesucristo muerto; por el magnífico retrato del donante, que le encargó la obra con la idea de perpetuarse, representado con mirada perdida y aspecto descuidado, y por contar con "uno de los paisajes más extraordinarios de la pintura española", en opinión del especialista en arte medieval Joaquín Yarza, con 73 especies de plantas y animales representados llenos de simbolismos, como la mariposa, (la resurrección); los caracoles (el entierro) y la mariquita (la Virgen). Según los expertos, se trata de "la mejor obra flamenca realizada fuera de Flandes" y "la mejor Piedad europea de su época". La obra, que sale por primera vez de la catedral tras someterse a una compleja restauración de año y medio, se terminó el 23 de abril, día de San Jordi. En 1495 da los cartones para una vidriera de la catedral de Barcelona y muere hacia finales del siglo XV, quizá 1501.
La documentación permite deducir que Bermejo abandonó alguno de sus encargos para acudir a otros mejor remunerados, lo que le valió problemas e incluso la excomunión. Como le ocurrió tras no acabar su trabajo en Daroca en el retablo de la parroquia de Santo Domingo de Silos. "Todo apunta a que en 1477, cuando fue condenado por no cumplir su contrato, Martín Bernat le rescata y le ayuda, le da trabajo y se convierte en su fiador, aceptando finalizar el polémico retablo", según Molina.
Su pintura revela un profundo conocimiento de lo flamenco, con modelos como las obras de Rogier van der Weyden y Hans Memling, "pero pasados por la visión personal de Bermejo, que creó modelos nuevos". Frente a la opinión de que Bermejo aprendió su depurada técnica en Flandes, Molina defiende que "es perfectamente factible que su formación hubiese tenido lugar en Valencia, una de las ciudades del sur de Europa más receptivas al nuevo modelo pictórico de los maestros septentrionales".
Detalle de  San Agustín en su estudio  (1477-1485). ampliar foto
Detalle de San Agustín en su estudio (1477-1485).

Conciencia de artista

Pese a ser un freelance y su compleja personalidad, su talento y su gran calidad le hicieron contar con comitentes (es decir, aquellos que encargaban la obra) que apostaron de forma decidida por su trabajo: militares como Antoni Joan, señor de Tous; mercaderes como el italiano citado, Francesco della Chiesa, o el rico judeoconverso Juan de Loperuelo de Daroca y eclesiásticos como Lluís Desplà, arcediano de la catedral de Barcelona.
Bermejo es también original a la hora de firmar sus obras, algo excepcional. Lo hizo en dos ocasiones: en su San Miguel de Tous y en la Virgen de Montserrat de Acqui Terme. En los dos casos aparece inscrita su firma en un pergamino doblado que está en el suelo. "Se trata de una expresión de orgullo, de una cierta autoconsciencia artística", explica el comisario, que mantiene que el hecho de rubricar dos de sus obras más personales era por ser consciente de "la superioridad de su propuesta pictórica". De hecho, es el pintor mejor remunerado de todos los que participan en los trabajos de policromía de las puertas del retablo mayor de la catedral de Zaragoza. Allí se dedicaron ocho sueldos para un cerrojo que cerrara "las puertas para que nadie pudiese entrar a ver a Bermejo". 
Otras piezas significativas presentes en la exposición son la pequeña tabla San Agustín en su estudio, procedente del Art Institute de Chicago; la Dormición de la Virgen, de la Gemälgalerie de Berlín; varias tablas del Retablo de Santa Engracia, procedentes de diferentes museos nacionales e internacionales, y los cuatro compartimentos de un Retablo del Cristo Redentor, del MNAC (dos de ellos propiedad del Instituto Amatller de Arte Hispánico que los ha depositado en el principal museo catalán).
Detalle del  Cristo de la Piedad  (1468-1474). ampliar foto
Detalle del Cristo de la Piedad (1468-1474). Museu del Castell de Peralada (Girona)
Molina cree que la exposición del Prado ha de servir, también, para dar a conocer otras posibles obras de Bermejo en colecciones particulares de las que no hay constancia. "Está documentado en Barcelona durante 15 años; es un gran misterio cómo, después de realizar la Piedad Desplà, su obra cumbre y que le lleva a su máximo de esplendor, de pronto casi desaparece de la documentación. Es imposible que solo realizara después las vidrieras de la catedral. No hay duda de que pintó más obras, incluso para poder sobrevivir”, remacha.

Cordubensis’, no ‘saitabensis’

Inicio de la inscripción dedicatoria que acompaña a la  Piedad Desplà , donde se lee  cordubensis .
Inicio de la inscripción dedicatoria que acompaña a la Piedad Desplà, donde se lee cordubensis. Catedral de Barcelona
De las pocas cosas seguras sobre Bermejo es su origen cordobés. "Así se indica de forma implícita en la inscripción dedicatoria que acompaña a la Piedad Desplà de 1490, donde se califica de cordubensis, lo mismo que al promotor de la obra se le cita como barcinonensis. El dato me sigue pareciendo creíble pese a que recientemente se ha puesto en duda, argumentando una manipulación ochocentista de la inscripción". Joan Molina se refiere a que el gentilicio no fue registrado por un error en la transcripción de la dedicatoria que hizo Pablo Piferrer en 1839. Un fallo que utilizó el historiador Fernando Marías en 2012 para defender otro origen del pintor, apuntando que quizá era saitabensis, en relación a Xátiva, la primera ciudad en la que aparece documentado. Según el comisario de la muestra, "Piferrer hace referencia en otro pasaje de la obra a 'Bartolomé Bermeio o Bermeo, natural de Córdoba', siendo evidente que solo pudo conocer el gentilicio gracias a la lectura del epígrafe", cree este experto, que destaca que "la inscripción en letra capital romana de signo humanístico es homogénea y se realizó en el siglo XV, como la pintura". Para Molina no hay duda: "A pesar de que las noticias son escasas, Córdoba, en el segundo tercio del siglo XV, era una ciudad muy activa y dinámica en lo artístico con pintores como Diego Sánchez de Castro, Pedro de Córdoba o el misterioso Alfonso Rodríguez".

El Prado recupera a Bartolomé Bermejo, “el mejor pintor español del siglo XV”

Artista de personalidad complicada, dejó solo 27 obras, pero en ellas demostró su capacidad para innovar en temas religiosos tradicionales

Entre su primera obra documentada, el imponente San Miguel triunfante sobre el demonio con Antoni Joan, de 1468, que se expone por primera vez en España, procedente de The National Gallery londinense, hasta su última pieza, la Piedad Desplà (1490), traída de la catedral de Barcelona, Bartolomé de Cárdenas, Bartolomé Bermejo, como fue conocido, desplegó "un lenguaje pictórico que traspasa épocas". "Por eso fue un genio", ha destacado Joan Molina Figueras, el comisario de la exposición presentada este lunes y con la que el Museo del Prado intenta paliar la escasa presencia en su programación de "la pintura española medieval", como reconoció el director de la pinacoteca, Miguel Falomir. Ambos coincidieron en auparlo como "el mejor pintor español del siglo XV".


Esta primera monográfica que el Prado, en colaboración con el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC), dedica a un maestro español del Quattrocento, del 9 de octubre al 27 de enero de 2019, reúne 50 obras, de las que 27 son de este artista —el resto son de maestros con los que trabajó, más algunas copias—, un catálogo reducido, pero "que resiste la comparación con los maestros europeos de su época", ha señalado Molina, historiador del arte medieval de la Universidad de Girona. El singular Bermejo asimiló el estilo de la potente escuela flamenca, de artistas como Jan van Eyck, que visitó España, o Hans Memling, gracias, quizás, a su contacto con el floreciente mercado burgués de ferias de obras de arte.
Molina subrayó también su "virtuosismo y el extraordinario dominio de la técnica de Bermejo", que ya se aprecia en el San Miguel, el arcángel al que representó con su capa bermeja flotante y armadura dorada con brillos y reflejos. "Como si fuera el caballero medieval Tirant lo Blanc". Este San Miguel de figura serpenteante se apresta a descargar con su espada el castigo sobre un demonio alucinado, fantástico, con cuatro ojos, dos de ellos en los pezones, que está a sus pies. Completa esta obra la figura del comitente, el mercader Antoni Joan de Tous, que pagó la obra, retratado piadoso, lo que no le impidió ejercer de pirata que asaltaba navíos genoveses.
La vida de este artista (h. 1440-h. 1501) que firmó en un billetito su San Miguel, práctica poco habitual entre los españoles, fue notablemente azarosa. Nacido en Córdoba, su condición de judeoconverso marcó su carrera. Tuvo que nomadear por ciudades de la antigua Corona de Aragón: Valencia, Daroca, Zaragoza y Barcelona, donde murió, para evitar a la Inquisición. Aunque se dedicó a la pintura religiosa, que era lo que había por los encargos de eclesiásticos y nobles, incluyó en algunas obras detalles heterodoxos, como en su Cristo de la Piedad, en el que bajo una delicada gasa, se entrevén los genitales de Jesús. El clima de intolerancia religiosa también persiguió a su mujer, la acaudalada Gracia de Palaciano, condenada por la Inquisión aragonesa: "No se sabía el Credo y practicaba ceremonias judaizantes", sentenció el tribunal.
Quizás por sentirse siempre observado, Bermejo mostraba una personalidad problemática. "Su condición de extranjero le obligó, siguiendo las normas gremiales, a asociarse con maestros locales para poder ejecutar su obra, pero en numerosas ocasiones estos artistas eran muy inferiores a él", explica el comisario. "Otras, chocaba con quienes le encargaban las obras porque tenían una visión muy conservadora".  
'San Miguel triunfante sobre el demonio con Antoni Joan de Tous'. ampliar foto
'San Miguel triunfante sobre el demonio con Antoni Joan de Tous'.
El mejor ejemplo de sus encontronazos ocupa un lugar central en la exposición. Es el único bermejo pintado solo por él que posee el Prado. El monumental Santo Domingo de Silos entronizado como obispo (1474-77), retablo para la localidad de Daroca del que únicamente realizó la tabla central, así que incumplió el contrato que rezaba: "Que Bartolomé Bermejo tenga que jurar ante notario público, sobre la cruz y los santos cuatro evangelios, y que podrá recibir sentencia de excomunión". Así ocurrió. "Puede que no estuviese de acuerdo en la remuneración", apunta Molina. Ello no impidió que lograse "un hipnótico efecto de realidad-ficción, al jugar con la propia arquitectura del retablo".
En otras ocasiones, los contratos muestran que sí era respetado y admirado. Fue el artista que más cobró de los diez elegidos para decorar la catedral de Zaragoza. Incluso se ordenó la compra de una cerradura para la estancia en la que él trabajaba en la decoración de las puertas del retablo mayor. Así se evitaba que nadie lo molestase.
El final de la exposición Bartolomé Bermejo es para la que Molina califica "como su obra maestra", la Piedad Desplà, restaurada hace un par de años gracias a la Fundación Banco Sabadell. Bermejo transforma el tradicional motivo del dolor de la Virgen con el cadáver de Jesucristo en su regazo "en un espectáculo visual". Hay en una esquina un diluvio y en la otra un amanecer sobre Jerusalén. El artista retrata a la derecha a Lluís Desplà, el arcediano barcelonés que encargó la obra y que la condicionó en su composición hasta el punto de que Molina la considera "hecha a dos manos". Por todo el óleo se despliegan hasta 73 especies vegetales y animales, un festín para que el espectador de entonces y de hoy contemple el virtuosismo de este creador poco conocido, olvidado tras su muerte, hasta comienzos del siglo XX, y con el que el Prado quiere cerrar estos siglos de ingratitud.



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